4 de julio de 2009

Todo llegará

I

El cortejo fúnebre recorría despacio las callejuelas del angosto pueblo medieval. La luz quebrada de los farolillos de aceite alumbraba las calles y proyectaba sombras fantasmagóricas sobre el adoquinado.

A la cabeza iba un hombre vestido totalmente de negro y cubierto con una capa. Ocultaba su rostro con una ancha capucha y avanzaba cabizbajo, con las manos entrelazadas. Tras él cuatro hombres más, todos encapuchados e igualmente misteriosos. Un caballo negro remolcaba la pequeña carreta de madera sobre la que iba el ataúd, asegurado con una soga y que trastabillaba por culpa de las irregularidades de la calle. El féretro, totalmente negro y sin ningún símbolo religioso visible en él absorbía con su acabado mate los pocos rayos de luz que la luna proyectaba y parecía tragarse la calidez de los faroles.

No era común asistir a un entierro a medianoche pero había sido la última voluntad de Lord Edgard, un aristócrata malhumorado, que había pasado toda su vida sólo en la mansión de lo alto de la colina. Su vida había sido tan solitaria como misteriosa, a veces bajo la sospecha de todos los habitantes del pueblo, los cuales siempre rehuían su presencia y por supuesto no osaban acercarse a la colina. Sin embargo él había puesto los fondos para construir la catedral y había supervisado minuciosamente las obras. Murió una semana después de su inauguración a la cual no asistió.

El hombre que iba en cabeza se detuvo ante la enorme puerta del templo, que se elevaba varios metros sobre su cabeza y levantó una mano, acto seguido todo el grupo se detuvo también. El caballo relinchó un par de veces y agitó la cabeza nervioso. En esta zona la única luz que había era la que la luna proporcionaba y ahora reflejaba tonos violáceos sobre el pelaje negro del corcel. Si Lord Edgard siguiera vivo hubiera definido aquella escena como una “estampa hermosa”. Siempre fue un enamorado de los pequeños detalles.

Golpeó un par de veces con fuerza el picaporte tallado con forma de ángel y se detuvieron a esperar. Se escuchó el eco de unos pasos y las puertas se abrieron con un lento crujido haciendo escapar hacia el exterior una cálida luminosidad de antorchas. Los cuatro porteadores descubrieron sus capuchas y cargaron el ataúd sobre los hombros. El que había ido en cabeza todo el tiempo y que aún mantenía su rostro oculto asintió con la cabeza y entró en la catedral seguido por el séquito. Después las puertas se cerraron de golpe y se hizo otra vez la oscuridad afuera.

II

El cardenal William Hoover escuchó ruidos desde la sacristía. Acababa de llegar al pueblo y se acababa de instalar en aquella catedral “de forma provisional” según un comunicado de la santa sede. Por lo que sabía, el templo acababa de ser construido por algún ricachón católico con aires de grandeza y lo había donado al terminar la obra. La catedral no tenía ningún tipo de decoración, ni imagen religiosa, simplemente era un impresionante edificio de piedra, lleno de vidrieras, que superaba a la mismísima Notre Dame en majestuosidad. Lo extraño de todo era que después de la catedral no había nada, solamente un gran bosque.

Decidió salir y en el altar se encontró una gran caja negra con forma de ataúd. No había nadie alrededor y tampoco había rastro de los sonidos que había creído escuchar. Notó una extraña sensación mientras se acercaba que se agravó cuando colocó una de sus manos sobre la tapa. Luchó contra el miedo y la descubrió. Retrocedió bruscamente cuando una muñeca de porcelana con una extraña sonrisa dibujada en su rostro apareció sentada dentro. Tenía los ojos cerrados.

La agarró tembloroso y de repente la muñeca abrió los ojos y la boca, asomaron unos colmillos y se abalanzó sobre su cuello. Después hubo silencio y muerte.


III

Al amanecer, en la entrada de cada casa había una muñeca de porcelana acostada. Llevaban una nota firmada por el difunto Lord Edgard en la que se alcanzaba a leer.

“Mis vástagos han sido liberados, todo ha comenzado, el bosque es vuestra única salida”.

Después hubo silencio, silencio y muerte mientras las muñecas abrían sus ojos y sus bocas.


NOTA: Relato bajo licencia Creative Commons ©. Surge a raíz de un reto literario del foro "Nunca Jamás".


4 Comentarios:

  1. ¡Bravo! Bien narrado, un ritmo trepidante, misterio, suspense, intriga, descripciones de personajes, sensaciones y ambientes... Digno de un escritor consumado. ¡Qué bueno tenerte en Nuncajamás!

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  2. Primero alegrarme por leerte!
    Luego decirte que me dió mucho pavor tu relato.
    Está muy bien escrito.
    BEsos

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  3. Con el miedo que me dan esas muñecas... quedo aterrada...

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  4. Buen relato, no hay duda. Incluso el capitulado que va siendo más breve acompaña a la historia.

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