16 de septiembre de 2011

Ventanas abiertas

No había cerrado su ventana en todo el verano, ni siquiera los días en que el calor se había hecho asfixiante y costaba conciliar el sueño. Había escuchado en algún sitio que si la felicidad decidía volver, lo haría a través de la ventana. Se lo había creído a pie juntillas y no pensaba correr ningún riesgo. Verla estamparse contra el cristal no entraba dentro de sus planes. Aquella historia quizás hubiera sido invención de algún borracho en algún bar, pero sabía que lo más increíble que se cuenta pasadas las doce de la noche y con alguna que otra copa encima solía ser lo que más se aproximaba a la verdad.

No sabía cuando ni cómo la felicidad había dado un portazo para después salir corriendo por las escaleras del portal y, llevaba meses sumido en un vacío casi existencial que lo atormentaba día y noche, haciéndolo envejecer diez años en tan sólo unos días.

Había gente a su alrededor, tenía un trabajo, amigos y era un ejemplo para muchos pero aún así no conseguía sonreír ni sentirse completo. Fallaba algo, faltaban las ganas, faltaba la magia y faltaban los sueños. Y hacía mucho que había descubierto que esas eran sus únicas motivaciones para sonreír. Había intentado contar su problema en varias ocasiones a sus amigos, pero ninguno lo había comprendido, es díficil comprender a una persona “triste” cuando aparentemente lo tiene todo. Había acudido a psicólogos que le diagnosticaban todo tipo de traumas y a psiquiatras que recetaban todo tipo de pastillas como si se les fuera la vida en ello. Ninguno consiguió resultados. Seguían sin encontrar la pieza del rompecabezas que faltaba y el motivo de su vacío.

Se había refugiado en la música y en los libros pues conseguían mantener su cabeza ocupada y el mecanismo (aunque debilitado) de sus sueños en marcha. Había aprendido a disimular su tristeza con una sonrisa y en lugar de quedarse en casa había decidido salir más que nunca, con unos y con otros, apuntándose a todo tipo de planes y celebraciones. Pero no se sentía parte de nada. La procesión siempre iba por dentro, como un gusano que se comía sus entrañas y lo torturaba al llegar a casa. Descubrió que disimular era un gran error y pronto no le importó no hacerlo. A las personas que estaban a su alrededor tampoco les importó dejar de verlo. A fin de cuentas a todos nos gusta la felicidad y llega un momento en que la tristeza se contagía. Sólo los más fuertes son capaces de permanecer al lado de una persona que se derrumba. Y llegó un momento en que lo que había empezado siendo un vacío interior se convirtió también en un vacío exterior.

Siempre le había gustado escribir, era una forma de expresión que lo ayudaba a evadirse y a sacar todo lo que llevaba dentro. Pero desde que todo comenzó no había podido coger un bolígrafo. Cada vez que lo intentaba se quedaba en blanco y al igual que no era capaz de expresar con palabras lo que sentía, tampoco podía plasmarlo por escrito.

Se había convertido en un muerto en vida.

La ventana seguía abierta y día tras día se asomaba y miraba con ansías a los viandantes como esperando que algo o alguien emprendiera el vuelo de repente y todo cambiara de golpe. Pero no lo hacía.

Y de repente un día, mientras cocinaba, sin venir a cuento, recordó que hacía muchos años, alguién le contó que su ventana estaba siempre abierta y llegó a la conclusión de que su problema no era el único. Alguien muy cercano lo había tenido antes y tan ciego estaba que no había sabido verlo.
Empezó a atar cabos, a recordar conversaciones y poco a poco el pasado, como una jarra de agua fría le cayó por la espalda. La misma que él había dado antes, cuando alguien esperaba que la felicidad entrase por su ventana y a él le había parecido un simple cuento, una forma poética de decir: “puedes venir a buscarme”.

Esa noche no esperó a que la felicidad entrase por su ventana. Salió de casa disparado y fue con la intención de colarse por otra que hacía años que no se cerraba. Llegaba tarde y mal, pero llegaba al fin y al cabo.

Quizás el principio de su felicidad iba a pasar por ser primero la de otra persona pero eso, lectores míos, os lo contaré en otra historia.


Imagen: Sely Friday

3 Comentarios:

  1. Ya sabes que siempre puedes venir a buscarme... ya sé que siempre puedo ir a buscarte. Me siento a los pies de tu cama, nos contamos cuentos, nos besamos las cicatrices, nos cosemos las sombras... :) Es bueno saber que hay ventanas abiertas a las que un@ siempre puede acudir. Hay que ser muy fuerte para no cerrarlas nunca jamás...el mundo,en general, siempre intenta que no haya corrientes de aire...pero la Magia solo circula en libertad y la felicidad...ay amigo!, esa amante fugaz, como bien dices, merece un capítulo a parte en esta historia...algún día lo escribirás, estoy segura...porque confío más en tí que en el mundo, ya lo sabes :) Gracias por devolverme a mi Unicornio azul...y por ser tantas veces mi pensamiento alegre :) Un ramo de "dedales".

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  2. Pues tiene mucho sentirdo ese principio de felicidad. Es como siempre he creído que se encuentra. Me identifico mucho con tu reflexión sobre estar triste aun teniéndolo todo (aparentemente). Me ha ocurrido y es un desconsuelo terrible sentirse tan incomprendido.

    Un abrazo, Óscar.

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  3. Es muy fácil esperar que todo venga solo, que sean otras personas quienes nos digan lo que debemos hacer o sean las pastillas quienes lo calmen...pero la verdad es que la felicidad, nuestra felicidad solo esta en nuestras manos, en nuestras ganas de serlo, de superar todo lo que venga y de nunca desistir ;)

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