7 de febrero de 2016

Melodía

Ella tiene el acento hecho para besar aunque ni siquiera lo sabe. Intuyo su sonrisa en el espejo mientras me da la espalda para vestirse. Vuelve a ponerse el sujetador negro que hasta hacía unos minutos adornaba el suelo, se gira y me mira. Sus ojos brillan e intuyo que conectan con los míos, un chispazo eléctrico me recorre la espalda y se me pone el vello de punta.

Sonríe de la forma exacta que he imaginado. Se tumba a mi lado y me besa. Entre risas busco sus cosquillas hasta que me pide parar. Vuelve a besarme, se levanta y busca su vestido. Lo encuentra y salta sobre él como si de un baile se tratara, después se lo sube de forma lenta y sensual.

Se despide, me dice “llámame pronto”, le prometo que lo haré y sale por la puerta. Sé que no voy a llamar. Me pasa siempre cuando conecto con alguien. Corto de golpe todo el contacto.

Me quedo unos segundos tumbado mirando el techo. Me quedo dormido media hora. Después me despierto y me levanto, todavía desnudo, cojo mi guitarra Taylor del rincón y compongo una canción. La termino a mi manera, es decir, culpándola a ella de haberse marchado. Por un momento incluso me la creo. No puedo dejar que la culpa se quede en casa. La pelota debe quedar en su tejado. Puede que incluso la estrene en el concierto de mañana.

A las 19.00 tengo entrevista en una radio nacional. La periodista está bien buena, después de las preguntas de rigor y de que se cierren los micrófonos la invito al concierto. La seduzco con mi sonrisa encantadora de niño bueno. He cantado un par de canciones, las más top de mi repertorio, las que suenan a todas horas, ni siquiera son canciones que me llenen, pero mi manager se empeña en que las cante porque son las que gustan a todo el mundo. Soy capaz de desconectar del todo mientras canto, de hecho pienso en las tetas de la periodista, y en la de cosas que se me ocurren que podría hacer con ella. Le dirijo un par de miradas algo lascivas después del primer estribillo, ella sonríe. Bien. Todo marcha. Consigo su número de teléfono y me voy a casa.

Recibo un mensaje de la chica con la que he estado esta noche y algo me tiembla dentro, pero no contesto, borro el mensaje directamente. Tengo hambre y abro la nevera. Sólo me queda cerveza, ni rastro de comida. Mierda. Siempre se me olvida comprar. Cojo una lata y me siento en el sofá. Empiezo a darle vueltas a la cabeza y suena el teléfono. Es mi manager. Me da la charla habitual el día antes del concierto, no salgas, no bebas, descansa bien. Digo que sí a todo como un autómata. Voy a hacer lo que me salga de los cojones que para eso pago su sueldo.

Salgo de fiesta. Bebo. Me emborracho. No sé con cuántas chicas he hablado ni quién es la que se ha venido a casa conmigo, alguna fan creo, ser un personaje público es lo que tiene. No me apetece pensar ni sentir culpa, aunque sigo pensando en la chica de anoche y en lo mucho que conectamos. Mierda. Pasa lo que tiene que pasar, aunque la echo después del primer polvo. Escribo un mensaje a la periodista y me duermo.

Me despierto por la tarde. Mi teléfono está lleno de llamadas perdidas de mi manager y mensajes suplicándole que lo llame. Qué pesado hostia. “Sí, todo bien. Sí, no he salido. Sí, esta noche a darlo todo”. Cuelgo. Reviso los mensajes y la periodista me ha contestado. Sonrío porque he conseguido lo que quiero aunque un leve sentimiento de culpa me atosiga. Qué jodido es tener conciencia.

Llega la hora del concierto y llego tarde como de costumbre. Mi manager está de los nervios. Hay que hacer la prueba de sonido y no va a dar tiempo. Le pido calma. Al final todo sale bien.

No me equivoco en mi pronóstico. Esto suena de la hostia. Foto para instagram, Facebook y twitter. La gente entra. Se han vendido todas las entradas hace quince días.

Toco yo solo. Así todo el dinero es para mí. He tenido bandas pero soy lo suficientemente inaguantable como para no conseguir formar una en condiciones. Mi último guitarrista se largó porque me tiré a su novia. Jodido susceptible. Este mundo es así. Si te gusta bien y si no puerta. Además tocar en acústico tiene sus ventajas. Siempre puede venderse como un concierto íntimo. Además eso hace que suba mi caché.

La periodista está en primera fila. Menudo escote lleva. Le dirijo varias miraditas. También está la chica del acento, con la que conecté tantísimo y en la que todavía no puedo dejar de pensar, aunque le aparto la mirada, y también la que estuvo anoche en mi casa. Joder, la que va a liarse aquí. En mi cabeza me imagino a las tres a la vez en mi cama. Me río con un jodido loco.

Dos horas después he terminado de tocar. Estoy sudando. Nadie podrá decir que no lo he dado todo, aunque en realidad el concierto ha sido una mierda, he perdido el ritmo en cada canción y se me han olvidado partes de la letra. Nadie ha notado nada. Salgo a saludar y a firmar. Sonrisa Profident bien puesta, aunque no me apetece nada sonreír y tengo una resaca del quince.

La periodista me abraza. Me felicita por el concierto. Le guiño un ojo y le digo que la espero en el camerino. Levanto la mirada. Mierda. La preciosa chica del acento lo ha visto todo, y también la otra con la que estuve anoche. Sus miradas de reprobación lo dicen todo. Qué se operen.

Termino en casa con la periodista. No sin antes salir y emborracharnos. No puedo dejar de pensar en el acento de la chica del otro día, su forma de vestirse, su sujetador negro ¿qué coño me pasa? La periodista se ha dormido, cojo el móvil y envío un mensaje. Recibo un “vete a la mierda” a cambio. Lloro. Estoy llorando. Yo. La mayor promesa musical de los últimos años según la prensa especializada llorando. El autor del mejor disco de los últimos quince años, llorando. Yo. Y todo por un punto acento que no consigo sacar de mi cabeza.

Amanece. La periodista se viste y se marcha. Me dice “llámame” y le digo que lo haré. Aunque no pienso hacerlo.

Cojo mi guitarra Taylor del rincón y canto la canción del otro día. Al final se me olvidó estrenarla en el concierto. Ahora sí que creo del todo que es verdad lo que canto, que toda la culpa es suya, que yo no he hecho nada.

Dejo la guitarra y voy a por una cerveza.

Cierro los ojos y me duermo en el sofá.

Y sueño con ella, con su acento.

Y yo, que ni siquiera recuerdo como se llama.

Taylor guitar factory by Ashley Dzurisin


El día 11 de Febrero soy el poeta invitado en el ciclo "Voces con versos". Recitaré en un local de Lavapiés a las 21.30. Para más información pincha aquí

6 Comentarios:

  1. Un relato mágnifico, Oski, quería llegar al final y encontrarme con que podía salvarse, pero no, tu protagonista es un pobre gilipollas que acabará solo o muerto antes de tiempo.

    Esa chica del acento podría haber sido el milagro de su vida, su mejor canción, su disco de platino...su pequeño paraíso.

    Su corazón está tan vacío como su nevera.

    Me encanta como lo cuentas, Oski.

    Un beso,

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    1. Gracias Tesa ;-) es un proyecto de novela y precisamente lo que quiero conseguir es que el personaje principal de un asco terrible, aunque en ocasiones, también le salga el lado humano.

      Veremos como lo perfilo porque tiene miga el asunto, o eso creo :-)

      Salud!

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  2. Buen relato... A veces, los paraisos están a nuestro lado, pero algo nos impide verlos...

    Saludos

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  3. Me apasiona tu manera de expresarte al resto del mundo. Logras que leer sea fácil y te obligue a seguir hasta el "Punto y final". Siempre increíble.

    P.D: Espero que te haya ido genial en ese recital, tuvo que ser increíble!! Felicidades por esa oportunidad

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    1. Gracias Natalia! un placer que pases por aquí a leer.

      El recital fue genial.

      Salud!

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