“No te aguanta nadie. Todo el mundo te odia. Ellos se lo pierden. Sonríe,
cabrón.” (El último Boy Scout).
La presión que llevas en el pecho
se ha multiplicado por mil. Te preguntas hasta cuándo y en qué momento van a
saltar los resortes que lo sujetan, parece que va a estallar en cualquier
momento pero no lo hace nunca. La
ansiedad se ha aprendido tu nombre y no se va aunque apagues la luz. Te
despiertas sudando en medio de la noche, con el corazón disparado como una
batería de rock y das vueltas y vueltas sin poder dormir. Y así día tras día.
Lo has probado todo. O eso crees.
Buscas respuesta a preguntas que ni siquiera conoces del todo. Y viajas una y
otra vez a las historias inacabadas que se apretujan en tu memoria.
Y aunque sea una de las épocas
más oscuras que has vivido nunca y nadie parezca entenderlo ni preocuparse lo
más mínimo, sonríes, porque sonreír también es una forma de combatir la
tristeza, de llenarse de la energía que de algún modo ahora te falta.
Sonríes como si se fuera a acabar
el mundo y tu sonrisa fuera lo último que va a ser fotografiado, sonríes como
si te acabaran de dar el regalo que tanto esperabas, como si sonreír no
costase. Sonríes aunque la vida se muestre altiva y te muestre la espalda,
aunque todavía no hayas podido recuperarte de la última traición.
Sonríes y te brillan los ojos y encuentro
en ti la superluna que hace unos días otros buscaban en el firmamento. Y me río
porque siempre me gustaron las contradicciones.
Sonríes y me pides que no
confunda la sonrisa de fuera con la de dentro, que no busque tampoco las
lágrimas de tormenta que hay tras esa aparente calma, que no piense que es de mentira por muchas
batallas perdidas que arrastres. Me dices que sonríes porque sonriendo se acaban
sanando las heridas. Y consigues convencerme. Y me contagias.
Sonríes e iluminas avenidas,
deslumbras miedos con el golpe de luz que emana de tu boca y te veo eléctrica y
radiante, dispuesta a ganar a los que se alimentan del dolor y la ausencia.
Sonríes, sonríes los lunes y
también los martes, los miércoles y los jueves, los viernes y los sábados y por
supuesto, los domingos. Y das paz a mis alas cansadas. Y a mis letras mojadas y
revueltas.
Y aunque no tengas motivos, ojalá
nunca dejes de sonreír.
Y mientras tanto, sonríes, para que yo me convierta de una
vez por todas, en sonrisa.
A seguir sonriendo :)
ResponderEliminarEn ello estamos :-)
Eliminar¿Y qué mejor que una sonrisa que te alegre el día, mucho mejor que llorar?
ResponderEliminarUna sonrisa hace brillar las pupilas y hasta el mismo alma.
Preciosa tu entrada así como la imagen, Oscar, me encanta venir a disfrutar de tus letras.
Un beso.
Gracias María, es mutuo :-)
EliminarBesos