Me gustaría tener una coraza del
tamaño de un rascacielos para que rebotasen en ella mis ganas de huir cuando
todo me roza demasiado y me hace herida. No me vendría nada mal algo más de
templanza para sobrellevar los malos momentos que me juega mi cabeza, las
noches sin dormir, los sentimientos que se me arremolinan en el estómago.
Me gustaría tener un agujero
enorme en el que poder esconderme, un refugio para huracanes, mi propia playa desierta;
también alguien que me escribiera poemas cuando me siento triste y una estrella
que alumbrase mi galaxia y mi camino.
Valor para aceptar las despedidas,
aprender a soltar con facilidad y sin dolor, evitar que el pasado se me clave
como un puñal ardiendo entre las costillas y fuerza para no medir el presente
con los recuerdos que se me quedaron anclados.
En ocasiones me gustaría tener
menos profundidad, saber quedarme con lo simple, no buscar explicación a todo
aquello que no lo tiene.
Pero elegí vivir con corazón y
sin corazas. Amar a pecho abierto y sin paracaídas. Aceptando mi sensibilidad
como fortaleza y no como una debilidad.
Y aunque en este camino a veces
haya piedras del tamaño de molinos, también hay océanos enormes de color verde
que brillan, planetas inexplorados llenos de flores y personas que me hacen
sentir astronauta. Montañas enormes para escalar, con paisajes tan hermosos que
nadie ha sido capaz de pintarlos todavía. Lagos cristalinos, oasis en todos y
cada uno de los desiertos.
Y pensándolo bien, ese tampoco parece
un mal final para mi cuento.
Uy, a mi también me gustaría... pero seguramente, al sacrificar unos rasgos de personalidad por otros, saldríamos perdiendo.
ResponderEliminarBesos!