Brilla tanto tu mirada y de una
forma tan sutil que por un momento creo comprender el lenguaje de las nubes y, el
terciopelo de tus manos sobre las mías, se convierte en el idioma oficial de
nuestro reino. Me gustaría explicarte en un suspiro todo lo que me arde dentro,
concentrar en un beso todos los poemas que te debo y no me salen, dejar de
pagar contigo las heridas que otros cuerpos dejaron en mi piel, pero se me hace
un nudo la garganta y tan sólo puedo observarte tranquilo mientras respiras
nerviosa.
Dejaré que seas tú quien me
abrace esta noche, quien apriete su pecho contra mí para que nuestros latidos
se sincronicen. Por un momento no
existirá el dolor y la calma volverá a allanar los caminos que pisamos. Cómo
explicarte que la paz es tenerte cerca, respirando en silencio, protegiéndonos con
nuestra mera existencia de todos los bombardeos que nos amenazan.
No somos pájaros pero se nos da
bien volar lejos cuando la llama empieza a crecer dentro. Eternos aprendices de
escapistas, que abandonan por puro miedo al abandono, como torpes trapecistas con
miedo a las alturas. Y sin embargo aquí seguimos, sirviéndonos de red para
recogernos en cada tropiezo. Para volver a sembrar después de cada incendio. Ojalá
las tormentas no consigan derribarnos, que la niebla del tiempo pase de largo y
sepamos aguantar nuestro reflejo sobre los charcos.
Y guardarnos como se guardan los
tesoros, componer canciones que alejen los fantasmas y nos sirvan de guía para
contar nuestra historia. Que todos los caminos que crucemos nos permitan alcanzar
lo anhelamos y buscamos, que no seamos un muro y que venza siempre la palabra a
la desesperanza de lo que no comprendemos. Que en las noches frías sigamos
sirviéndonos de abrigo para seguir viendo en las estrellas mapas de lo que se
nos fue.
Y que sigas siendo mi raíz.
Para que cuando me abraces me
sigan creciendo flores en los dedos.
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