En alguno de mis rincones llenos
de polvo, cerca de mi guarida de lobos, vivía encadenada mi voz dormida. Una
voz que no había conocido nunca, aunque en alguna ocasión hubiera sentido que
gritaba mi nombre como una pequeña ráfaga de viento diminuta.
Durante mucho tiempo he negado su
existencia y me he tapado los ojos y los oídos, quizás por puro miedo a
conocerla, por pavor a que me gritase aquello que no quería escuchar, a que me
llenara de reproches por haberla dejado abandonada en el más profundo de mis
cuartos oscuros. A que desmontase mi historia y el papel que yo mismo he
construido y he aceptado en ella. Pero basta que trates de ponerle puertas al
mar, para que el mar pase por encima de ellas arrollándote, tirando abajo tus
castillos de arena.
Y mojado, sintiendo que esa voz
ahora se ha hecho presente y ha desmontado mi película, que no me ha reprochado
nada y que me ha abrazado como se abraza un bosque, no sé si podré domarla para
que aparezca a voluntad, si será como un corcel blanco que cabalgue mis
llanuras, si me enseñará por fin el camino que ponga fin al invierno que desde
hace tantas primaveras me acompaña.
Quién sabe si tal vez, sólo sea
necesario dejarse llevar. Fluir como fluyen las corrientes y el agua. Aceptar
que toda luz proyecta sombras. Que es en la ausencia donde puedo aprender a
sentirme acompañado. Que las partes que me niego son las que más me
representan. Salir del personaje armado hasta los dientes que desde hace un
tiempo me defiende sin tener nada de lo que defenderme.
Y latir. Como late un instrumento
en una orquesta. Sentir que hay grupos que acompañan. Que caminan cerca. Que
quieren escucharte. Que conocen las voces que te niegas.
Y cantar. Cantarlo todo. Desde
dentro y desde el centro.
Para así, poder perdonarme.
Para así, poder construirme.
Little voice by Khoa Le
La voz del descubrimiento siempre será la voz que nos muestra lo que somos.
ResponderEliminarQué buen texto.