Camino por una playa desierta con
los pies descalzos, la arena está fría y suave, sin piedras incómodas, el mar
está en calma. Las olas van y vienen sobre la orilla dejando un cerco leve de
espuma que tarda en disolverse de nuevo. Me acerco al agua y dejo que me cubra
hasta la altura de los tobillos, está fría pero es agradable sentir el frescor
recorriendo todo mi cuerpo y refrescando mis ideas.
El sol se esconde tímido entre
las nubes, la temperatura es agradable, se escucha un rumor de gaviotas que se
mezcla con el sonido del mar. Cierro los ojos y extiendo los brazos. Una brisa
me acaricia el rostro.
Me llevo la mano al bolsillo y
palpo lo que escondo en su interior, jugueteo unos instantes antes de sacarlo.
Un dedal de metal grabado aparece ante mis ojos, lo observo detalladamente;
tiene el dibujo de un búho tallado a su alrededor.
Me imagino lanzando el dedal al
agua mientras vuelvo a juguetear con él entre mis dedos. Niego con la cabeza,
vuelvo a guardarlo y busco con la mirada una piedra. La encuentro clavada en la
arena, tiene forma ovalada y no es demasiado grande. La recojo y me sorprende
su peso, cierro el puño en torno a ella y tomo impulso para lanzarla bien
lejos. Disparo el brazo hacia delante y abro la mano, la piedra sale disparada
girando sobre sí misma como una peonza en el aire. Se eleva un metro, dos
metros, tres metros mientras avanza para después caer a plomo sobre el agua con
un sonoro plof. Se hunde y desaparece de mi vista. Cierro los ojos.
La piedra ya no es piedra: soy yo
y me estoy hundiendo en las aguas. No puedo respirar y me siento pesado. Caigo
de forma lenta hacia el fondo, sin prisa, todo gira alrededor. Me falta el
aire, no puedo aguantar más la respiración y en un acto reflejo mis pulmones
tratan de llenarse de aire.
Ya no estoy en el fondo. Vuelvo a
estar en la orilla, sostengo sobre mi mano el dedal y parece que he llorado. No
sé cómo pero estoy empapado. Me chorrea agua del pelo. Respiro de forma agitada
y el pecho sube y baja con cada respiración. Escucho algo detrás de mí, me giro
y te encuentro mirándome con los ojos vidriosos.
— No podía lanzarlo.
Asientes y sonríes. Nos fundimos
en un abrazo.
Por primera vez todo parece en
calma en mucho tiempo.
— Te he echado de menos
— Y yo también a ti.
La tarde cae sobre los niños
mientras se abrazan en la playa.
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