Yo antes disfrutaba el anonimato,
recuerdo cuando todo lo firmaba como Oski y ni dios sabía quién era Oski,
probablemente ni siquiera Oski sabía quién era Oski. No es que ahora lo sepa
nadie tampoco, pero desde que firmo con mi nombre y apellidos se está enterando
más gente de la que me gustaría de que escribo. ¿Por qué este absurdo miedo?
¿No es acaso ser conocido lo que se pretende al firmar con tu propio nombre y
apellidos? Sí y no, me explico.
Hace unas semanas un compañero de trabajo que jamás me había
dirigido la palabra, ni siquiera para decirme "te ha llamado el jefe con
un cabreo de mil delfines", me dijo: muy buena tu última entrada del blog,
¿quién es esa chica, por cierto? Supongo que todavía sigue mi boca abierta en
el pasillo y un bloqueo de mil pares de gorriones.
Jamás esperé llegar de forma alguna a ese ciudadano con el
que comparto oficina y nada más, supongo que jamás esperé que mis demonios
literarios llegaran a una persona a la que veo día sí y día también y con la
que nunca cruzaba más de cuatro palabras. Y lo que es peor: jamás esperé que me
respetara por el mero hecho de escribir. El que antes no devolvía ni uno sólo
de mis "buenos días" ahora le va diciendo a todo el mundo "es
escritor" y lo hace con una sonrisa de oreja a oreja que a mí me hace
desear que me trague la tierra en ese mismo momento. El caso es que esa persona
me ha contado ya toda su vida, la de su mujer y la de su primo el fontanero del
pueblo. Me ha martirizado una y otra vez con sus historias de la mili y con sus
anécdotas infantiles, todas
divertidísimas a su juicio; un maldito infierno según mi propia opinión (y la
de Rambo). Yo sospechaba que todo esto tenía gato encerrado en una caja (aunque
no sé si vivo y muerto al mismo tiempo) y que tarde o temprano me soltaría lo
de "hale, ya tienes historias suficientes para hacer una novela". Y
efectivamente así ha sido, lo ha soltado como el que no quiere la cosa,
mientras sacábamos unos cafés de máquina, de esos que no le gustan a nadie,
pero que como son baratos y es lo que hay, pues te los bebes como si fueran el
elixir de la eterna juventud. El caso es que ante mi silencio, ha dejado caer
un par de veces más a lo largo del día el temita de marras, siempre acompañado
de: "esto para tu novela".
Pero no os penséis que ahí queda la cosa, parece ser que ya
sabe media oficina que escribo, incluida la jefa, la jefa de la jefa y hasta el
marido de la jefa. Tres o cuatro personas que tampoco me han dirigido jamás la
palabra me han preguntado donde se pueden comprar mis libros. No sé si se dan
cuenta de que siempre cambio de tema, regateando como un experto y consiguiendo
desviar la conversación de una forma casi magistral.
El colmo de los colmos sucedió hace un par de días cuando
envié un email a mi jefa explicándole un problema con un usuario. No es la
primera vez que lo hago, de hecho llevo tres años trabajando con ella y hasta
hoy jamás había escuchado eso de: "hay que ver, lo bien que redacta Óscar,
claro, como es escritor..."
Me pregunto qué tendrá que ver el tocino con la velocidad,
en qué punto del camino escribir sin faltas de ortografía y con signos de
puntuación te convierte en un as de la aviación, en un tío que pilota, en
escritor. Ahora la frasecita "claro, como es escritor" acompaña cada
una de mis acciones, desde los emails a los post-it, cualquier cosa que deje
escrita va a ser juzgada y medida. También en mis cagadas: en temas que
desconozco o en palabras que no tengo ni la más remota idea lo que significan sale
lo de "hay que ver, que no lo sepas, tú que eres escritor..."
Me siento estigmatizado, encasillado y sin intimidad alguna.
Ya no puedo ponerles verdes en mis relatos, ya no puedo escribir acordándome de
su familia. Los lunes por la mañana me sonríen, incluso alguno me da con el
codo mientras dicen: "Tu relato, ¿qué?", esperando que les cuente,
esperando que les diga. Aunque no sé el qué.
Para mi escarnio, esto se va extendiendo a buen ritmo, sin
ir más lejos hoy una usuaria, que hasta donde llega mi memoria siempre había
sido de lo más antipática conmigo, me ha dicho con la mejor y más falsa de sus
sonrisas: "el otro día vi un vídeo tuyo recitando en youtube". La tía
no se ha cortado un pelo y lo ha dicho en un despacho que comparte con otras
cuatro señoras, a cada cual con un humor de perros peor y que dada su competencia
deberían haberse jubilado hace diez años por lo menos. Allí mismo se han puesto
a buscarme en sus ordenadores: "ostras...¡¡es verdad!!, eres tú" como
si yo mismo no me hubiera dado cuenta de que era yo y necesitara una
confirmación. A una de ellas no le cargaba youtube porque tenía el flash player
desactualizado, así que como aparte de escribir también soy el técnico
informático (como también se ha encargado de recordarme), me ha tocado
actualizárselo. Todo tan surrealista como la vida misma.
El resto del día ha pasado sin pena ni gloria, tratando de
huir de los comentarios y dedicándome a mi trabajo, a última hora de la mañana,
un hombre bajito y desgarbado al que alguna que otra vez había visto como
huyendo de la gente se me ha acercado sigiloso como un puma y me ha asaltado en
el pasillo. "Maldita suerte la mía" he pensado de primeras, pero en
cuanto me ha dicho: "escribe sobre lo que te está pasando, yo hice lo
mismo cuando me pasó a mí y es mano de santo", he comprendido que aquel
hombre era algo más que una gacela asustadiza.
Estaba pensando en cambiarme de país, en raparme al cero o
teñirme las cejas de azul. Cualquier cosa con tal de desaparecer. Pero quién
iba a decirme que otro escritor iba a darme la clave para superar mi recién
adquirido estigma. Va a ser verdad eso de que entre bomberos, no nos pisamos la
manguera.
Y aquí estoy, escribiendo sobre mi problema, reclamando otra
vez mi anonimato, defendiendo mi derecho a escribir sobre lo que yo quiera,
cuando quiera y como quiera sin tener que soportar luego una batería de
preguntas al respecto. No necesito conocer más historias personales, tengo
suficientes para más novelas de las que me va a dar tiempo a escribir en mi
vida, no quiero redactar los emails de toda la oficina sólo porque "soy el
escritor". No quiero. No. Así que disimulad, hacedme ese favor, y leedme
en secreto, dejad de simular que os caigo bien, que no me voy a hacer rico
escribiendo nunca y aunque lo hiciera no pienso invitaros ni a un café, porque
soy una persona horrible, me quemaron por bruja en otra vida.
Y a la chica de la séptima que me vuelve loco y que me dijo:
"no salgo contigo porque eres escritor" (hay que joderse con las
ironías de la vida) que sepa que lo he dejado, ya no escribo, ni recito, ni
hago ninguna guarrería de esas, soy totalmente normal y anodino, tengo una vida
cargada de anécdotas divertidísimas y yo también voy a buscar algún pringado
para contárselas para que haga con ellas una próxima novela.
Habrán de interesarle sí o sí, claro, porque como todo el
mundo sabe será un escritor. Y esas son las cosas que les gusta hacer a los
escritores. Menos mal que no me junto ya con gentuza de esa calaña y me gusta
que me llamen: "juntaletras".
*Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. O no...