Ella pinta estrellas que brillan
cuando escribe. Desliza su mano con cuidado por el papel y su cuaderno parece
la vía láctea. Repasa con cuidado sus trazos y una sonrisa antigua se dibuja en
sus labios, como si le hubiera sido concedido un secreto profundo y milenario.
No recuerda el día en que vino a
caer a este planeta y a veces lanza preguntas sin obtener respuesta. La
nostalgia firma con su nombre y sus ojos son mares agitados inundados de
azules.
Se descalza y baila con los párpados
cerrados, dirigiendo con las manos una orquesta que sólo ella parece escuchar. En
ocasiones se detiene unos instantes y olfatea el aire. Después continua
bailando como si nada hubiera ocurrido.
Me divierte y me intriga
observarla desde el sofá, me pregunto cuánto tiempo puede estar así, como en
comunión con ella misma. De repente se para y abre los ojos. Me mira confundida
y suelta una carcajada, dice que mi cara en esos momentos es un poema y a continuación
me recita algún verso de algún poeta muerto que no conozco, se quita el vestido,
me agarra con delicadeza las manos y hacemos el amor.
No deja de abrazarme en toda la
noche. Se despierta varias veces y me muerde para comprobar si estoy o no dormido.
Me dice que si ella no sueña yo tampoco y por alguna razón que desconozco,
consigue hacerme reír. Adoro esa pequeña suerte de ternura y delicadeza.
Dice que no debo encariñarme
mucho, que en cuanto encuentre la forma de regresar tendrá que abandonarlo
todo. Incluso a mí. Pero que no me preocupe, que allá donde vaya dibujará una
estrella a la que pondrá mi nombre. Literalmente le estalla la risa y me obliga
a prometerle lo mismo. Yo no soy de prometer, pero a ver quién es capaz de
llevarle la contraria. Me besa en los labios y nos dormimos.
…
Cuando despierto ya no recuerdo
los meses que hace que no está. Siento como un mordisco en la espalda. Es de
noche y la ventana está abierta, entra una leve brisa y las cortinas se mueven.
Todo está en calma y no se escucha otro sonido que el del canto de los grillos.
Me asomo y miro el cielo. Es noche
estrellada y entre todas las estrellas hay una que destaca mucho más que las
demás y que parece llamarme. Con su brillo me acaricia y me llena de paz. Casi
puedo escuchar su voz en mis oídos, recitando versos de un poeta muerto que no
conozco. Si alguna vez tuve miedo, me desaparece de golpe.
Cierro la ventana y vuelvo a
dormirme, con la esperanza de que tal vez en sueños, pueda estar con ella de
nuevo una vez más.
Paint the sky with stars by Adrian Borda
Me ha encantado tu relato y he ido visualizando cada detalle.
ResponderEliminarChapó me encantó.
Un beso.
Mientras puedas soñar, puedes vivir... Muy bello relato, amigo
ResponderEliminarHe tomado un sorbo de esta mezcla de poema y relato.
ResponderEliminarExcelente lectura.
Esto me inspira a hacer música, saludos!
ResponderEliminarMe ha encantado como la has retratado, hasta yo me he enamorado un poco, así; fugaz. Que nostalgia se siente ahora que se ha ido... creo que añoraba otro final
ResponderEliminarSaludos
Bellísimo, me quedo para releerlo.
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