Ella tiene el acento hecho para
besar aunque ni siquiera lo sabe. Intuyo su sonrisa en el espejo mientras me da
la espalda para vestirse. Vuelve a ponerse el sujetador negro que hasta hacía
unos minutos adornaba el suelo, se gira y me mira. Sus ojos brillan e intuyo
que conectan con los míos, un chispazo eléctrico me recorre la espalda y se me
pone el vello de punta.
Sonríe de la forma exacta que he
imaginado. Se tumba a mi lado y me besa. Entre risas busco sus cosquillas hasta
que me pide parar. Vuelve a besarme, se levanta y busca su vestido. Lo
encuentra y salta sobre él como si de un baile se tratara, después se lo sube
de forma lenta y sensual.
Se despide, me dice “llámame
pronto”, le prometo que lo haré y sale por la puerta. Sé que no voy a llamar. Me
pasa siempre cuando conecto con alguien. Corto de golpe todo el contacto.
Me quedo unos segundos tumbado
mirando el techo. Me quedo dormido media hora. Después me despierto y me
levanto, todavía desnudo, cojo mi guitarra Taylor del rincón y compongo una
canción. La termino a mi manera, es decir, culpándola a ella de haberse
marchado. Por un momento incluso me la creo. No puedo dejar que la culpa se
quede en casa. La pelota debe quedar en su tejado. Puede que incluso la estrene
en el concierto de mañana.
A las 19.00 tengo entrevista en
una radio nacional. La periodista está bien buena, después de las preguntas de
rigor y de que se cierren los micrófonos la invito al concierto. La seduzco con
mi sonrisa encantadora de niño bueno. He cantado un par de canciones, las más
top de mi repertorio, las que suenan a todas horas, ni siquiera son canciones
que me llenen, pero mi manager se empeña en que las cante porque son las que gustan
a todo el mundo. Soy capaz de desconectar del todo mientras canto, de hecho
pienso en las tetas de la periodista, y en la de cosas que se me ocurren que
podría hacer con ella. Le dirijo un par de miradas algo lascivas después del
primer estribillo, ella sonríe. Bien. Todo marcha. Consigo su número de
teléfono y me voy a casa.
Recibo un mensaje de la chica con
la que he estado esta noche y algo me tiembla dentro, pero no contesto, borro
el mensaje directamente. Tengo hambre y abro la nevera. Sólo me queda cerveza,
ni rastro de comida. Mierda. Siempre se me olvida comprar. Cojo una lata y me
siento en el sofá. Empiezo a darle vueltas a la cabeza y suena el teléfono. Es
mi manager. Me da la charla habitual el día antes del concierto, no salgas, no
bebas, descansa bien. Digo que sí a todo como un autómata. Voy a hacer lo que
me salga de los cojones que para eso pago su sueldo.
Salgo de fiesta. Bebo. Me
emborracho. No sé con cuántas chicas he hablado ni quién es la que se ha venido
a casa conmigo, alguna fan creo, ser un personaje público es lo que tiene. No
me apetece pensar ni sentir culpa, aunque sigo pensando en la chica de anoche y
en lo mucho que conectamos. Mierda. Pasa lo que tiene que pasar, aunque la echo
después del primer polvo. Escribo un mensaje a la periodista y me duermo.
Me despierto por la tarde. Mi
teléfono está lleno de llamadas perdidas de mi manager y mensajes suplicándole
que lo llame. Qué pesado hostia. “Sí, todo bien. Sí, no he salido. Sí, esta
noche a darlo todo”. Cuelgo. Reviso los mensajes y la periodista me ha
contestado. Sonrío porque he conseguido lo que quiero aunque un leve
sentimiento de culpa me atosiga. Qué jodido es tener conciencia.
Llega la hora del concierto y llego
tarde como de costumbre. Mi manager está de los nervios. Hay que hacer la
prueba de sonido y no va a dar tiempo. Le pido calma. Al final todo sale bien.
No me equivoco en mi pronóstico.
Esto suena de la hostia. Foto para instagram, Facebook y twitter. La gente
entra. Se han vendido todas las entradas hace quince días.
Toco yo solo. Así todo el dinero
es para mí. He tenido bandas pero soy lo suficientemente inaguantable como para
no conseguir formar una en condiciones. Mi último guitarrista se largó porque
me tiré a su novia. Jodido susceptible. Este mundo es así. Si te gusta bien y
si no puerta. Además tocar en acústico tiene sus ventajas. Siempre puede
venderse como un concierto íntimo. Además eso hace que suba mi caché.
La periodista está en primera
fila. Menudo escote lleva. Le dirijo varias miraditas. También está la chica
del acento, con la que conecté tantísimo y en la que todavía no puedo dejar de
pensar, aunque le aparto la mirada, y también la que estuvo anoche en mi casa.
Joder, la que va a liarse aquí. En mi cabeza me imagino a las tres a la vez en
mi cama. Me río con un jodido loco.
Dos horas después he terminado de
tocar. Estoy sudando. Nadie podrá decir que no lo he dado todo, aunque en
realidad el concierto ha sido una mierda, he perdido el ritmo en cada canción y
se me han olvidado partes de la letra. Nadie ha notado nada. Salgo a saludar y
a firmar. Sonrisa Profident bien puesta, aunque no me apetece nada sonreír y
tengo una resaca del quince.
La periodista me abraza. Me
felicita por el concierto. Le guiño un ojo y le digo que la espero en el camerino.
Levanto la mirada. Mierda. La preciosa chica del acento lo ha visto todo, y
también la otra con la que estuve anoche. Sus miradas de reprobación lo dicen
todo. Qué se operen.
Termino en casa con la
periodista. No sin antes salir y emborracharnos. No puedo dejar de pensar en el
acento de la chica del otro día, su forma de vestirse, su sujetador negro ¿qué
coño me pasa? La periodista se ha dormido, cojo el móvil y envío un mensaje. Recibo
un “vete a la mierda” a cambio. Lloro. Estoy llorando. Yo. La mayor promesa musical
de los últimos años según la prensa especializada llorando. El autor del mejor
disco de los últimos quince años, llorando. Yo. Y todo por un punto acento que no
consigo sacar de mi cabeza.
Amanece. La periodista se viste y
se marcha. Me dice “llámame” y le digo que lo haré. Aunque no pienso hacerlo.
Cojo mi guitarra Taylor del
rincón y canto la canción del otro día. Al final se me olvidó estrenarla en el
concierto. Ahora sí que creo del todo que es verdad lo que canto, que toda la
culpa es suya, que yo no he hecho nada.
Dejo la guitarra y voy a por una
cerveza.
Cierro los ojos y me duermo en el
sofá.
Y sueño con ella, con su acento.
Y yo, que ni siquiera recuerdo
como se llama.
Taylor guitar factory by Ashley Dzurisin
Un relato mágnifico, Oski, quería llegar al final y encontrarme con que podía salvarse, pero no, tu protagonista es un pobre gilipollas que acabará solo o muerto antes de tiempo.
ResponderEliminarEsa chica del acento podría haber sido el milagro de su vida, su mejor canción, su disco de platino...su pequeño paraíso.
Su corazón está tan vacío como su nevera.
Me encanta como lo cuentas, Oski.
Un beso,
Gracias Tesa ;-) es un proyecto de novela y precisamente lo que quiero conseguir es que el personaje principal de un asco terrible, aunque en ocasiones, también le salga el lado humano.
EliminarVeremos como lo perfilo porque tiene miga el asunto, o eso creo :-)
Salud!
Buen relato... A veces, los paraisos están a nuestro lado, pero algo nos impide verlos...
ResponderEliminarSaludos
Gracias por pasar y leer!
EliminarMe apasiona tu manera de expresarte al resto del mundo. Logras que leer sea fácil y te obligue a seguir hasta el "Punto y final". Siempre increíble.
ResponderEliminarP.D: Espero que te haya ido genial en ese recital, tuvo que ser increíble!! Felicidades por esa oportunidad
Gracias Natalia! un placer que pases por aquí a leer.
EliminarEl recital fue genial.
Salud!