Que soy un tipo que juega con
dinamita lo sé desde hace bien poco, aunque para algunos fuera obvio desde hace
unos años. Lo que nunca esperas es que aquello que tan acostumbrado estás a
manejar te vaya a explotar en la cara, haciéndote saltar por los aires de una
forma nada acrobática y convirtiéndote en una inútil forma de saltimbanqui
callejero.
Un día me preguntaron si no me
daba miedo contar tanto de mí cuando escribía; dejar tantas huellas de uno
mismo en todo al final puede volverse en contra. Y supongo que no me daba miedo
porque ni siquiera era consciente de lo que dejaba, o no sabía que lo que
dejaba siempre podía ser una puerta abierta al daño, sobre todo cuando nunca
habías aprendido a defenderte del dolor.
Y así, mitad despojo, mitad muerto
en vida, caminé a tientas repitiendo una y otra vez patrones, culpando a la
suerte o al destino de todas mis desdichas. Es fácil echarles la culpa, a fin
de cuentas no te pueden responder, pero al igual que crecen exponencialmente
tus posibilidades de tener un accidente si conduces con una venda negra sobre
los ojos, también aumentan tus posibilidades de sufrir si una y otra vez ahondas
en lo mismo que ya te hizo sufrir antes.
Supongo que es la adicción al
riesgo: si una vez sobreviviste, crees que sobrevivirás otra más y otra y otra,
y así caminaba sujetando el taco de
dinamita encendido mientras me reía de que la mecha jamás se consumía. Hasta
que se consumió. Y entonces boom. Y estruendo de cristales rotos. Y después el
desastre. Y la soledad. Y la derrota. Y las lágrimas de madrugada. Y por qué te
has ido. Y el dolor. Dolor por todo mi costado. Incapacidad de levantarte. Y no
encontrarte. Y nadie cerca. Nadie cerca...
Durante la fracción de segundo que
dura el vuelo, cuando todo se va la mierda y ya no hay vuelta atrás, lo que te
da miedo no son las alturas, es el impacto que vas a tener contra el suelo, en
el que nunca tuviste los pies y que ahora vas a abrazar con todas tus entrañas...
Y te estampas. Y silencio otra
vez. Y ruido de teléfonos que nadie coge. Y olor a quirófano. Y se nos va. Lo
perdemos. Tres, dos, uno, fuera. Hora del deceso 20.30. Y una sábana tapando tu
cadáver.
....
Y ahora que veo la inmensidad de
este desastre y que ya no quiero ver llamas chisporroteando en mi presencia,
vuelvo a ser un saltimbanqui, que no juega con dinamita pero que convierte las
palabras en su mejor arma. Y que sonríe. Y ya no llora.
Texto escrito a partir del reto "De dedal a arena" de "El club de las malas costumbres" en el que se me dieron las palabras "dinamita" y "saltimbaqui" y debía encontrar una relación lógica y obvia entre ellas.
No tiene nada que ver con el texto pero en mi página de facebook he abierto un sorteo de dos camisetas que incluyen versos míos. Si quieres conseguir una, vives en España y te apetece participar, sólo tienes que entrar aquí e inscribirte.
Todos sabemos que quien juega con fuego termina quemándose, y aun así, todos seguimos jugando con fuego. Y es sano quemarse alguna vez.
ResponderEliminarLa pregunta es si después de la explosión dejamos las manos quietas o nos acercamos maravillados a coger otro cartucho.
Un abrazo!
Admiro esta capacidad de contar tanto de ti y no tener miedo, sobre todo si te lee gente conocida. Hasta hace bien poco sólo era capaz de aparecer en un blog de forma anónima (un día por aquí te deje un corto que me recordó una entrada tuya).
ResponderEliminarDe valientes es escribir como lo haces tú.
Un abrazo!
Pues ahora te pregunto yo, ¿no te da miedo dejar tanto de ti cuando escribes? A mí sí.. supongo que por eso me escondo detrás de este nombre. Si tu respuesta es "sí", otra pregunta: ¿cómo lo vences?
ResponderEliminarUn placer leerte.
PD: Has elegido una imagen de la enorme Harley Quinn y yo llevo toda la semana muy Mr J. Me encanta, mucho, mucho.
Creo que jugar con fuego es algo inherente a nuestra condición... Y también creo que quemarse es necesario, el calor transmite muchas sensaciones y éstas son imprescindibles en nuestras vidas, sean de la índole que sean.
ResponderEliminarAbrazo enorme!
Todos dejamos algo de nosotros mismos en lo que escribimos, pero la imaginación crea situaciones que aun escritas en 1ª persona distan mucho de ser experiencias personales aunque tal como están escritas sí lo parezcan. La valentía y la sinceridad hace creíble una historia, pero una historia en la que se mete el autor al escribirla. me ha gustado mucho este texto Dinamita.
ResponderEliminarFelices días Óscar
Tiene un mérito increíble contar de ti y que lo lea quien quiera. Utilizar las palabras como "un arma" y no pensar que te puedes herir con ellas.
ResponderEliminarAbrazos :)
Los lectores nunca sabrá, nunca sabremos, qué partes hay de tí en tus textos y qué partes son tomadas de otros o fabuladas... y ahi reside uno de los encantos...
ResponderEliminarSaluditos :)
No creo en la sinceridad absoluta del escritor, pero tampoco en que lo que escribe no tiene nada que ver con él.
ResponderEliminarCreamos a partir de nuestra experiencia vital, aunque apliquemos técnicas o seamos creadores impulsivos iremos dejando pedazos, huellas o partes al descubierto de nuestra alma.
El protagonista de tu historia debería saber, que a partir de una edad todos somos responsables de lo que nos ocurre. Y las decisiones que tomamos o dejamos de tomar son las que escriben el guíón de nuestra existencia.
Un beso, Oski