Necesito frenar durante un
segundo este ritmo enloquecido, bailar con el silencio. No esperar respuestas a
preguntas que no existen, que me golpean y que ni siquiera he formulado.
Verme en el espejo, sonreír a mi
reflejo herido, aceptar que para volar es necesario soltar lo que me pesa. Dejar
de construir catedrales con los pedazos rotos de corazones que pasaron por
aquí. Gritar al aire que estoy hecho de viento.
Dejar de esperar en la orilla,
levar anclas, llenar de calor el frío que dejó tu marcha. No alimentar
ausencias. Pedir perdón y reprochar menos.
Enterrar el hacha de guerra,
abrir los brazos, respirar profundo. Aceptar lo que llevo para valorar lo que
otros traen. No golpear primero, no cerrar puertas y ventanas por si entrase la
brisa o la luz.
Agradecer el verde y también el rojo
de los semáforos. Que sea el camino el que me encuentre caminando. Besar más y
durante más tiempo. Abrazar como el marinero que regresa a casa. No temer echar
de menos. Echar por fin raíces.
Romper las cadenas de mis
lealtades invisibles, quemar etapas y recuerdos. Barrer el polvo de mis rincones
escondidos. Dejar de regar jardines que murieron hace tiempo. Sembrar otros con
el mismo cariño.
Y despedirme.
Sobre todo, dejar de huir y aprender
a despedirme.
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