Se secó el áloe que
tenía en la maceta que me regalaste. El último de tus
supervivientes se fue de la noche a la mañana. Parecía consciente
de su destino, las tardes anteriores había estado más verde que
nunca, como si supiera que eran sus últimos días y su deseo no
fuera otro que mostrarse bello y digno. Esta mañana lo encontré
marrón y marchito, con su color apagado para siempre, convertido en
un mero recuerdo de lo que fue. He de reconocer que no había día
que lo mirase y no me acordara de ti, aquel áloe en cierta manera
ero lo único que había soportado tu marcha.
Recuerdo como acariciabas
sus hojas mientras Carlos Chaouen sonaba en la minicadena del salón.
—Las plantas también
sienten y escuchan aunque tú no puedas oírlas —me decías siempre
que interpretabas que te estaba mirando raro. Después te echabas a
reír y negabas con la cabeza mientras lanzabas un suspiro al aire.
Entonces te abrazaba desde atrás y apoyaba mi barbilla en tu hombro.
Podíamos pasarnos horas así.
Nunca te lo dije pero no
te miraba raro, simplemente admiraba esa naturalidad de hacer las
cosas, ese convencimiento de que el áloe estaba escuchando. Amaba
ese momento, sentía que la paz volvía y casi podía escuchar a
aquella planta haciendo coros desde su maceta, agradecida por tus
caricias y por el dulce néctar de la música. Incluso parecía
servirle de abono porque unos días después de aquellas sesiones
siempre crecía unos centímetros y se iba haciendo grande.
—Te lo dije —sonreías
orgullosa. Y entonces el mundo se antojaba un sitio mejor, bello,
hermoso y confortable. Un lugar que deseabas habitar.
Y un día, empezaste a
brillar más que nunca, como si quisieras que en mi retina se grabase
esa belleza que siempre te perseguía para que no pudiera olvidarla.
Dijiste “tenemos que hablar” y sólo hablaste tú. Después te
marchaste y no volviste nunca. Me dejaste con el áloe y la
nostalgia, con mil preguntas y porqués bajo el brazo, con la
derrota izada en el mástil de mi alma.
A partir de ese momento
he de reconocer que aquella planta escuchó más canciones de las que
tú y yo escuchamos nunca juntos. Necesitaba tenerla delante, como un
instrumento esencial dentro de cada tema, como si también tuviera
que superar tu marcha, como si te echara de menos en cada acorde que
sonaba. Nunca volví a acariciar las hojas de aquel áloe y ya no
creció más. A veces pensaba que aquel áloe eras en realidad tú.
Aguantó un año entero,
la tarde anterior a que se secara lo acaricié por primera vez en
todo ese tiempo, justo en el estribillo de aquella canción que
siempre te hacía llorar “y si me condenas...elijo la crucifixión
en tu pelo...” y entonces me pinché el dedo índice con una de las
espinas del borde de la hoja y sangré levemente. No le di mayor
importancia.
Al día siguiente de aquello la planta se había secado, casualidad o no, no puedo dejar de pensar que interpretó aquella señal como un “vete, eres libre”, como un “es hora de despedirnos para siempre, pero te echaré de menos”. No he podido evitar culparme por aquello.
Los primeros días se me
hizo muy raro escuchar música sin aquella planta delante. Me faltaba
algo. Me faltabas tú. La maceta estaba vacía y si la miraba me
entraban ganas de llorar. Ahora sí que no quedaba nada de ti en mi
salón. El tiempo al final hizo su trabajo y conseguí dejar la
nostalgia a un lado, los recuerdos dejaron de doler y cicatrizaron
las heridas. Saqué aquella maceta a la terraza y me olvidé de ella.
Hará cosa de un mes
descubrí un brote verde, todavía tan pequeño que no se distinguía
lo que estaba naciendo allí. La introduje otra vez en casa pero me
volví a olvidar de que existía. Esta mañana el brote ya medía
cinco centímetros y era inconfundible: es un áloe.
Y por raro que parezca me
ilusiona volver a tener alguien que sea testigo mudo de mis
canciones, alguien que escuche sin hablar, que sienta sin decir.
Alguien que me recuerde que se puede resurgir...y digo alguien porque
le he puesto nombre. Pero eso es algo que por esta vez, me guardaré
para mi.
Hay q ver lo que hay que oir... como siempre tremenda la belleza de tus entradas. Me hacen sentirme pequeñita en el mundo de las letras y ansiosa porque vuelvas a deleitarnos con otra de tus joyas. Un placer leerte! =)
ResponderEliminarComo siempre Oski con la sensibilidad a flor de piel....Una entrada muy bonita.
ResponderEliminarUn abrazo
Un relato que derrocha ternura y cierta dosis de nostalgia muy bien repartida a lo largo de la narración y de la relación con el áloe y el amor perdido. Bonito final.
ResponderEliminarMi felicitación. Te veo ya mucho más animado en tus relatos y me alegro de ello.
Un abrazo.
Entiendo lo que dices...a mí me ocurre algo parecido a lo que describes hace tiempo, solo que con una gaviota...cada loco con su tema :) Y como persona que cree que las plantas escuchan de verdad...lo comprendo perfectamente :) Entiendo esa "naturalidad" de la que hablas, entiendo que más tarde la echáras de menos.
ResponderEliminarSiempre queda algún brote verde por salir...siempre...quizás es una manera de recordarnos que hay cosas que no mueren jamás del todo, sobretodo con ciertas plantas como la áloe, que poseen las ya conocidas capacidades sanadoras que todos, en un momento u otro, necesitamos :) Son esas personas ¡uy! digo...son esas plantas las que al final echamos de menos.
Vuelves y lo haces del todo y al complto...bien, bien...genial...mágico ;)
Un abrazo!!!
PD: Tiene una dosis de ñoñez exquisita XD! ;)
Que ganas tenía ya de leerte, de saber de ti y de tus textos, y solo puedo decir que la espera ha merecido la espera..Me encanta
ResponderEliminarPero lo que mas me gusta de todo es esa sensación de encariñarse con algo que lo que aporta no se puede expresar ni comprar; y como no el que resurguiese de nuevo ;)
Vuelvo del exilio involuntario, del silencio de la tinta y de todos los días en blanci¡o.
ResponderEliminarVuelvo a recorrer tus letras y escritos, y me vuelvo a emocionar.
No tengo motivos para decir porqué este escrito me gustó más que otros, pero si entiendo el vacío que dejan las ausencias, y a menudo, sangrar y llorar sólo es una forma de decir adiós.
Cuídate Oski.
Preciosa historia sobre el renacer y la dura tarea de aceptar que todo tiene su fin y su razón de ser.
ResponderEliminarUn saludo.
Buf!!!! no tengo palabra. ¡¡¡¡Toma Relato!!! como tu dices.
ResponderEliminarEres increíble, soy una privilegiada por descubrir a gente como tú, por ser una pequeñísima parte de tu vida, aunque sea literaria.
Me encanta tu mente especial, única y diferente.
Te quiero un montón y estoy segura que hay mucha más gente que aprecia tu sensibilidad que la que prefiere desaparecer de tu maravillosa vida.
Me ha gustado tu relato y esa nostalgia que denota tus letras para hacerlas luz al final de tu escrito.
ResponderEliminarEnhorabuena
un saludo
fus
Que preciosa historia, llena de fuerza y de esperanza. Qué suerte que tienes,de tener una presencia física, que te recuerde que siempre es posible resurgir. A veces, muchos, sólo lo tenemos en ideas y tendemos a olvidarlo.
ResponderEliminarPor cierto, he oído el mensaje, tu contestación hacia mí, cómo no voy a leer o a escuchar... Otra cosa es que me mueva en un gran mundo de ausencias.
Un saludito.
Me ha gustado mucho, es una entrada muy bonita. Cómo ciertas cosas, por simples que nos parezcan, son tan importantes para nosotros y cómo pueden modificar nuestras vidas para bien o para mal.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes un auténtico talento para reflejar sentimientos y melancolía.
ResponderEliminarRecuerda, compañero, solo es cuestión de que sigas insistiendo ;)