La distancia se presenta otra vez
como un abismo insalvable. Los
kilómetros y las carreteras se convierten en auténticos muros cuando intentas
atrapar suspiros y el aire de la habitación es tan frío que hace temblar. He
tratado de cerrar los ojos a una realidad que cada vez con más fuerza me oprime
el pecho. La tristeza se apodera otra vez de mi nombre y juega al póker con la
ausencia mientras a carcajadas me piden que les ponga otro whisky. Creo que se
están burlando de mí y lo peor es que yo
me rio con ellas.
No voy a decir que es cuestión de
mala suerte. No existe la mala suerte cuando has besado sus pechos desnudos y
han florecido rosas en tus manos, cuando has respirado de su aire, has dormido
oliendo su pelo y has formado parte de su risa. No puede existir. No existe.
No. No es cuestión de mala suerte. La vida también tiene estas cosas.
Me pregunto si después de tanto
cambio de rumbo, de buscar sin descanso respuestas hasta debajo de las piedras,
de tanto "por aquí no", "mejor por allá" hemos cambiado
nuestra manera de sentir(nos). Si el concepto de alegría habrá perdido su
significado y ahora combatimos en guerras en las que nadie, salvo nosotros
mismos, podemos ayudarnos.
Me siento como un pájaro herido
en una tormenta que intenta ascender incansablemente de nuevo, pero que al
llegar a cierta altura siente el dolor en las alas y cae en picado sin alcanzar
altura y, aunque esa situación le frustra, sigue intentándolo una y otra vez, como
si en el intento estuviera la clave para no sentir el fracaso, ni la culpa de
su herida.
Sé que lloras. Lloramos. Y con
cada lágrima se está diluyendo una promesa. Y otra vez viene la culpa. La puta
culpa. Porque no hay cambio. Porque no llegamos al cambio. Porque no producimos
un cambio. Porque no sabemos salir de esta situación y tal vez ni siquiera sepamos
en qué situación estamos, ni la altura del fango que nos rodea.
Y eso es lo peor. Saber que te
hundes, pero no saber ni dónde ni cómo has empezado a hundirte. No saber ni dónde,
ni a quién aferrarte. No saber pedir ayuda. No querer pedir ayuda.
Y ser capaz de sonreír pese a
todo, como si te hubieran puesto la sonrisa como una bandera. Y otra vez la
culpa. La maldita culpa.
The storm by machihuahua
Egregia pecunia a los hados, poeta, la de subir y bajar pellejos de tristeza.
ResponderEliminarLa culpa no es victoria sobre el mal ni sobre nada pero es inevitable sentir su peso muchas veces... Entonarla no la hace más llevadera pero si alivia. Un texto muy agónico!
ResponderEliminarLa culpa no es victoria sobre el mal ni sobre nada pero es inevitable sentir su peso muchas veces... Entonarla no la hace más llevadera pero si alivia. Un texto muy agónico!
ResponderEliminarEsto es triste.
ResponderEliminarLa distancia es una perra y la culpa una maldita.
Pero por lo menos, aunque agónico, te has hecho pajarillo. Que se yo que te gusta ;)
muy buen escrito oscar. cuanta impotencia se siente, verdad?
ResponderEliminarNo hay culpa que valga cuando se trata de amar, de haber amado...
ResponderEliminar...ni siquiera de dejar de amar.
Tal vez, nos culpemos de no haber sabido amar como la otra persona esperaba... Pero quien acierta siempre en esto de los sentimientos...Vamos a tientas.Prueba error, prueba...
Hay una fuerza visual en esta prosa poética bella y triste, Oski, de carreteras infinitas, pájaros de vuelos agónicos y agujeros donde se acurrucan los amantes imaginando abismos insalvables.
No hay distancias que valgan, si sabes dónde quieres llegar.
Muchas veces es que no tenemos claro dónde queremos ir.
Un beso,