Dices que nadie te mira como lo
hacía él. Y tal vez tengas razón.
Lo sé porque yo viví también algo
parecido. Una vez me miraron con ese destello, un brillo de ojos que podía dejarte
ciego y que te arrancaba uno a uno los pétalos de la planta que crece en el
estómago.
Siempre he creído que ese brillo
fue la mayor de mis condenas y el peor de los pecados que no cometí, porque desde
entonces siempre he caminado en su búsqueda, sin llegar a encontrarlo nunca. Si
he de ser sincero, ni una sola de las personas que he conocido han sido capaces
de emitir ese brillo al mirarme. Ni una sola. Ni tan siquiera parecido. Y he
enloquecido creyendo que ese brillo que dejé escapar una vez sería el único
brillo posible para alumbrar mi gastada y antigua oscuridad.
Con los años, uno deja de negar
que tiende a la nostalgia, y la mía, que he ido modelando como moldea el
alfarero el barro fresco, no tiene ninguna forma, pero brilla como una estrella
encerrada en el bote de mi memoria, esperando ser liberada en algún firmamento.
Y mientras tanto, me he ido llenando de tristeza a cada paso, creyendo que esta
iba a ser, una vez más, una batalla perdida.
Y entonces te conocí.
Y tus ojos no brillaban.
Y no pasó nada, no hubo cristales rotos ni ruido de trenes chocando. Una extraña calma me llenó de paz y, aunque no fui consciente en ese momento, estaba brillando yo.
Y tus ojos no brillaban.
Y no pasó nada, no hubo cristales rotos ni ruido de trenes chocando. Una extraña calma me llenó de paz y, aunque no fui consciente en ese momento, estaba brillando yo.
Alguien me dijo una vez que nadie
brilla tanto como pensamos, que a veces es sólo nuestro reflejo en los ojos de
la otra persona. Y tal vez tuviera razón. Tal vez ese haz de luz que buscaba
era mi propio brillo. Mi pequeño big-bang.
Y hoy comprendo que eso es lo
único importante. Clavar tu mirada en la mirada de alguien y de golpe brillar
por dentro. Que se te ilumine la sonrisa, que el estómago se te voltee de golpe
y te tiemblen las piernas.
Ya no necesito un bote con una
luz en la memoria. Así que lo he roto. Y de la caída ha surgido una nueva luz
que me acompaña cada día. Una pequeña certeza, un soplo de aire fresco.
Quizás, tu paz.
Quizás, mi paz.
Siempre que paso por aquí disfruto leyendo y releyendo lo que escribes. Ese momento de la fuerza de una mirada; un segundo, una eternidad... Precioso, Te felicito Óscar.
ResponderEliminarGracias María, un placer que pienses eso de lo que escribo.
EliminarAbrazo fuerte!