La balada del lago: Parte IV."Ecos en la noche"

Imaginaba que era un pirata cuando jugaba con su espada de madera. Esa fue la primera espada que tuvo y a la que más cariño le había cogido nunca. Ahora jugueteaba con ella, nervioso, mientras esperaba a que el capitán Elessar presentase novedades.

-Tres de nuestros centinelas en el bosque han aparecido muertos ésta noche, me acaba de informar el sargento de la guardia nocturna. He ordenado de inmediato el toque de queda tal como exige el protocolo. Nadie puede entrar ni salir de la torre en estos momentos sin su autorización, comandante -dijo el capitán con cierto tono de preocupación.
-Buen trabajo capitán. ¿De qué manera han sido asesinados?
-Los han envenenado, a juzgar por el color de su piel cuando los encontramos -el capitán se descolgó el halcón dorado que llevaba al cuello y se lo tendió a Eltharion-. Encontramos ésto junto a los cuerpos.
-Muchas gracias capitán, puede retirarse -dijo a la vez que cogía el colgante y lo observaba detenidamente.

Esperó hasta que el capitán se hubo marchado para sentarse a pensar en su butaca, el gatito se acercó timidamente y pegó un salto hasta colocarse en sus rodillas. Eltharion lo acarició detrás de las orejas sin dejar de darle vueltas una y otra vez al colgante, sabía que lo había visto alguna vez antes pero no tenía ni idea de dónde.

Mientras tanto, Thera empezaba a recuperarse poco a poco gracias a los cuidados que Sayuri le estaba proporcionando. La hechicera estaba realmente preocupada, en sus premoniciones habían aparecido unos encapuchados exactamente iguales que aquel que las acababa de atacar.
Sabía que no podía quedarse mucho tiempo, tenía que encontrar sin demora a Eltharion y avisarle del peligro que se cernía sobre la torre blanca, pero no podía marcharse hasta que Thera estuviera totalmente recuperada; sabía que si la dejaba sóla la encontrarían y la matarían tarde o temprano. Thera pertenecía a un antiguo linaje de hechiceras que vivía en las montañas del norte, donde los rayos del sol nunca alcanzan y la nieve nunca se derrite. Había escapado huyendo de una reclusión permanente, de una vida de oscuridad y magia negra que ella no deseaba, ahora la consideraban una traidora.

Algo golpeó fuertemente en el techo de la cabaña, se oían gritos afuera y relinchos de caballo. Sayuri se asomó por una de las pocas ventanas y vio a lo lejos jinetes con antorchas, iban encapuchados. Pronto sintió calor, y del techo empezaron a caer trozos de paja ardiendo; habían lanzado varias flechas incendiarias y pronto la cabaña sería pasto de las llamas. Sayuri cargó rapidamente a hombros a Thera y salió de la cabaña todo lo rápido que sus piernas le permitieron. Un jinete le cerró el paso y la amenazó con una lanza. De un rápido movimiento Sayuri desenvainó la daga de su cinturón y la lanzó contra el cuello del jinete, el cual cayó del caballo. Recuperó su daga limpiándola en las ropas del soldado y montó a Thera sobre el caballo; después, de un salto ella se sentó detrás abrazándola, e hizo emprender la marcha al equino. Se adentraron en el oscuro bosque mientras el resto de jinetes las perseguían a toda velocidad. Lanzaban flechas que se perdían entre el follaje de los árboles. La distancia que los separaba cada vez era menor, ciertamente sus caballos eran veloces y sus jinetes parecían experimentados.

Llegaron a una zona donde los árboles se encontraban tan juntos que era imposible seguir a caballo. Sayuri detuvo su montura y descabalgó protegiendo a Thera, cuando los jinetes se acercaron lo suficiente como para darle alcance, de entre los árboles surgieron siluetas humanas que dispararon sus arcos sin tregua contra los encapuchados, derribándolos de sus caballos, los cuales dieron media vuelta y corrieron desbocados por el bosque presas del pánico.

De los árboles descendieron varios soldados armados con sus arcos y espadas, y comprobaron que no quedaban restos de vida entre los encapuchados, después se acercaron lentamente a Sayuri, sin apuntarla directamente. Ésta retrocedió con cierto temor. El que dirigía el grupo portaba un extraño colgante que ya había visto antes: un halcón dorado.

CONTINUARÁ

NOTA: Éste relato forma parte de mi participación como miembro de "El cuentacuentos". Se encuentra bajo una licencia © Creative Commons.