El faro de Peumayent

Existen muchas razones para ser feliz, pero la mayoría de ellas no las vemos ni aunque nos las pongan delante de los ojos. Eso me ha sucedido durante mucho tiempo, por ello intentaré hoy arreglar mi error.

Siempre hay personas que están a tu lado sin pedir nada a cambio, que siempre tienen las palabras adecuadas para darte alas cuando estás dispuesto a saltar al vacío, salvando con ello tu día y haciéndote creer que no todo está perdido.

Este fin de semana he sido consciente de que la felicidad siempre ha estado a mi lado y no he sabido verla. He abierto los ojos después de compartir momentos maravillosos con una de las personas que más quiero y que más feliz me hace cada día. Esa persona es Laura.

Valorar como se merece una amistad es siempre muy difícil sin embargo es grato darse cuenta de que puedes confiar plenamente en alguien, de que guardará cualquier secreto y compartirá contigo los suyos, de que te dará la mano cuando estés metido dentro del hoyo y necesites una ayuda. En definitiva, que estará cuando nadie más lo haga.

Por una vez Madrid dejó de ahogar y se convirtió en un buen refugio contra las pesadillas.

Una de las primeras paradas de nuestro viaje fue Peumayent, esa ciudad soñada marinera, que nos esperaba el sábado en el Palacio de Congresos. Ismael Serrano llenó nuestros oídos de música y nuestros corazones de esperanza para hacernos creer una vez más en otro mundo posible. El aforo estaba completo (aprovecho para dar las gracias al ciudadano anónimo que tuvo a bien cambiarnos su asiento, pues quiero pensar que por error, nos habían vendido las entradas separadas) y como suele decirse, no cabía un alfiler. Sin embargo, había algo que daba más luz que los focos del escenario. Mi pequeño faro, sentada a mi lado, en la butaca 49, fila 12.

Y fue con “Duermes” cuando la paz llegó del todo. Cuando el tiempo se paró y no había más pena que pensar que el concierto terminaría en pocas horas.

Cuando se acabó la música vinieron las risas, las conversaciones filosóficas sobre la vida y el amor a las 3 de la madrugada esperando el autobús, mi torpeza perdiéndome en las calles y pasándome paradas…

Pequeñas anécdotas que hicieron que Madrid ardiera en pleno invierno.

El Domingo llegó más pronto de lo que hubiese deseado, los últimos paseos por en un día sonriente y soledado, los últimos abrazos y el leve sabor a despedida. Y digo bien, leve.

Porque Atocha te vio marchar, pero yo sé que sólo una parte de ti cogió ese tren de vuelta a casa. La otra me la quedé yo, en el hueco donde residen las personas que me han marcado. Grabadas a fuego y latiendo al ritmo de lo que vivo.

Sólo puedo darte las gracias por un fin de semana genial. Por mantenerte a mi lado pase lo que pase y porque en estos momentos puedo afirmar, sin ningún temor a equivocarme que eres mi mejor amiga.

Te quiero enana.

Oski