El naúfrago perdido

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

(Luis Cernuda)

Se acercaban las doce de la noche. Estaba nervioso como lo había estado todos los años. Minutos antes me había dedicado a contar las uvas en el plato más de cuatro veces, todo debía salir según lo planeado.

Cerré los ojos y me dispuse a pedir mi particular deseo de año nuevo. Después empezaron las campanadas. Una tras otra las doce uvas fueron desapareciendo, a la finalización de éstas vinieron los fuegos artificiales, el descorche del cava, los besos y los abrazos.

Ingenuo de mí me dije: ¡Todo ha cambiado!

Subí convencido de ello a mi cuarto a prepararme para una fiesta que se antojaba mítica. Con traje, corbata, orgulloso y con la sonrisa puesta. Así salí de casa.

Al llegar al garito la música era tan insoportable como lo es en todos los garitos de fiesta. El humo dificultaba la visión y la respiración. Caminar era toda una aventura. “No nos gustan los agobios, por eso no hemos vendido todas las entradas”, recordando estas palabras me eché a reír, si aquello no era agobio no quería imaginarme lo que hubiese significado vender la totalidad del aforo.

En fin. Había que disfrutar así que me serví la primera copa. Aquello ya empezaba a ser otra cosa. Observaba a la gente a mi alrededor y no podía evitar sentirme algo pequeño, como si mi sitio no se encontrara allí. Veía muchas chicas a mi alrededor que huían de los consabidos tiburones, esos que cada noche acechan y a los que les da igual todo con tal de conseguir un poco de carnaza.

Ví también gente apoyada en las paredes, pensando, bebiendo lentamente de la copa y no esperando mucho de nada ni nadie. Quizás se sentían derrotados.

Tras muchas horas de seguir pensando y buscando algo que allí jamás iba a encontrar, acabé apoyado yo también en la pared, deseando no haber pisado jamás aquel sitio pero con la esperanza de que todo podía cambiar.

De vez en cuando me vibraba el móvil y recibía algún que otro sms cargado de deseos para el año recién comenzado. Cada cual más gracioso que el anterior. Pero me daba igual, ninguno conseguía hacerme sonreír, porque ninguno era de ella. Quizás tampoco debía esperarlo, al fin y al cabo, yo tampoco la escribí.

Y salí del local ya de día. Más viejo y más cansado. Con ganas de echarme a dormir y no despertar en las próximas veinticuatro horas.

El despertar fue quizás peor que el recuerdo fatídico de la noche anterior. Me sentía totalmente vacío y roto por dentro. Así que no me quedó más remedio, había que buscar ayuda externa, puesto que yo ya no tenía ganas de luchar.

Y una de las personas a las que puedo llamar “amigo” con todas las letras estuvo tres horas en un parque convenciéndome de que hay que llenar un saco con las cosas buenas y olvidarse de las malas, que al fin y al cabo, no lo son tanto por mucho que nos empeñemos en verlo. Que hay que dejar de lado las cosas que nos dañan, que no importa las veces que te rechacen, porque no hay que conformarse, y a que aprender a elegir. Quizás eso es lo que me ha fallado hasta ahora, que no he elegido y me he dedicado a conformarme con lo que mi mente se empeñaba en dictar.

Y sí, esta vez si que logré sentirme bien. Y ese sentimiento todavía me dura, porque se lo prometí y porque me lo he propuesto. Voy a salir adelante como pueda y siempre voy a poner una sonrisa porque al fin y al cabo eso ayuda mucho más que cualquier otra cosa.

Sé perfectamente donde habita el olvido, pero allí he dejado todo lo malo y me he traído sólo lo bueno. Ya no me voy a preocupar más por cosas que no merecen la pena. Como bien cantaba Ismael: “No está perdido aquello que no fue”.

Llevo ya un par de días eligiendo y los que seguro me quedan por delante. Elijo ser feliz.

Feliz año a todos. Gracias por vuestros comentarios.

[Foto: "Olvido" by piratademonfrag. devianART.]