Walikale, Congo, 13 de Junio de 2009
A ti, que has encontrado esta carta:
Como ex-director de una de las empresas que más móviles fabricaba del mundo, mi vida siempre había estado rodeada de lujos: vuelos en primera clase, hoteles cinco estrellas, trajes a medida, noches pagadas de compañía, recibimientos ostentosos...
Necesitábamos aumentar la producción de un nuevo modelo de teléfono móvil, pero como siempre, queríamos ganar más gastando menos. Así que cuando decidí visitar el lugar de origen de la principal materia prima que usaban nuestros móviles, el coltán, jamás esperé encontrar algo que me cambiara la vida.
El Congo, sólo era para mi un lugar más en el mapa, un país que había visto por la televisión de vez en cuando y que me habían vendido como refugio de indeseables y pobreza por doquier, con una población poco educada y fácil de engañar, por tanto, un sitio barato en el que hacernos ricos.
Nada más aterrizar la avioneta, me recogieron en un jeep destartalado dos hombres armados. Uno de ellos no paraba de sonreír mostrando un diente de oro que relucía. Nunca me dio buena espina.
Nos llevaron a una de las minas, cientos de niños famélicos buceaban en las aguas llenas de lodo buscando piedras de coltán. Algunos, extenuados, intentaban descansar pero eran empujados sistemáticamente una y otra vez por adultos que custodiaban la mina como perros guardianes.
Un niño, empezó a hacer aspavientos intentando salir frenéticamente del agua. Se estaba ahogando. Acudí en su ayuda y uno de los hombres se interpuso. Mi traductor rápidamente tomó parte en la situación y conseguimos sacar finalmente al niño del agua. Empezó a tiritar. Me quité la chaqueta y se la puse por encima. Dos hombres llegaron y nos apartaron de un empujón, y se lo llevaron. Nadie se atrevió a hacer ningún movimiento. En el agua se seguían oyendo los chapoteos del resto de niños, que no paraban de trabajar.
Quería saber a donde se habían llevado al niño y qué iba a pasar con él. Amenacé con romper toda relación comercial. Me invitaron a pasar a una cabaña de madera y un hombre alto que fumaba un puro me recibió.
Después de una hora de conversación salí apestado de allí. Los niños eran obligados a trabajar en jornadas de más de 9 horas, su pago, un puñado de arroz al día. Las muertes por agotamiento eran comunes y probablemente, el chico que habíamos visto antes, ya estaría siendo obligado otra vez a trabajar.
Nos llevaron otra vez en el jeep hacia la avioneta que nos llevaría de vuelta al hotel y desde allí hice un par de llamadas. Conté lo sucedido al resto de la junta directiva de la empresa pero no quisieron escucharme. Dos días más tarde me enteré por la prensa que habían acordado doblar la producción y que yo había sustituido de forma irrevocable.
Recordé los versos del gran Mario Benedetti, en el poema Ayer:
“Ayer pasó el pasado con su historia
y su deshilachada incertidumbre
con su huella de espanto y de reproche”
Hubo un periódico al que le interesó mi historia y logré recaudar fondos para fundar una asociación. Hoy hemos conseguido cerrar varias minas con mano de obra infantil.
Por eso hoy que encuentras esta carta, te pido que cuando uses tu teléfono móvil, tu ordenador portátil o tu televisor, pienses en esos niños que han sido explotados y luches para que sean reconocidos sus derechos. Para que las mafias dejen de controlar los negocios.
Es la única forma, quizás, de no vivir el presente con espanto y reproches.
NOTA: Este relato surge a raíz del Cuarto Reto del foro de Nuncajamás, que pedía hacer una carta que no fuera de amor, con un máximo de 600 palabras y que incluyera alguna estrofa de un poema de Mario Benedetti. En este caso "Ayer". La carta no es real y puede contener inexactitudes geológicas, geográficas o de cualquier otra índole. Debe ser tomada como un relato de ficción.
Un relato de ficción que seguramente puede tener muchas similitudes con la realidad,no hay duda.
ResponderEliminarExcelente relato en el que uno ve, huele, escucha y siente todo como si lo estuviera viendo.
Besos
Ojalá no fuera un relao de ficción y en vez de una realidad fueran cientos de realidades. Lo triste es que no es así, y bueno, que ahora mismo se ahogue otro niño... ya sabes ojos que no ven, corazon que no siente. Que asco me da la humanidad (incluyéndome).
ResponderEliminarMuy buen relato Oscar, la verdad por que has puesto que era ficcion, que si no podria pasar por un relato real.
ResponderEliminarBueno van mejorando tus entradas, poco a poco lo vamos consiguiendo entre todos, jajajajajaja, sabes que es broma, que solo es por meternos contigo.
Un abrazo.
Nos vemos en los bares, jajajaja
Es una historia espeluznante... hasta he apagado el móvil y todo...
ResponderEliminarAunque sólo sea un relato, desde luego no sabemos de todo lo que compramos y gastamos, en qué cosas utilizan a niños para su fabricación.
Si ya el relato es impecable, la nota aclaratoria pone la guinda a este pastel. Es admirable la creatividad aquí expuesta y la denuncia social, camuflada entre palabras no tan ficticias.
ResponderEliminarEnhorabuena, Oski, una vez más.
Cuántos niños explotados y cuántas personas -¿realmente personas?- explotadoras y cuántas minas -o campos de concentración- existirán en el mundo. ¿Habrán oído hablar esos niños de lo que es un teléfono móvil?
ResponderEliminarVerdaderamente, tu relato va mano a mano con la Realidad. Enhorabuena.
aunque sea un relato de ficcion, sabemos que cosas peores que esas ocurren. menudo futuro nos espera. Me da que lo habeis pintado todavia demasiado bonito en vuestra novelita :-)
ResponderEliminarsaludos.
Magnífico retato. Ojalá un día, mejor pronto, sea una realidad para un directivo de esos, luego para otro, y para otro...
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