La ciudad está llena de vida a pesar de esta sensación de soledad. Cientos de personas recorren sus calles en diferentes direcciones. Turistas haciendo fotos y sonriendo, gente con prisa por llegar a casa, conductores sorteando peatones que cruzan despistados las calles. Todos con una historia, o quizás cientos.
Llego a la plaza de Oriente y evito a los numerosos grupos de estudiantes que allí se arremolinan. La cruzo y bajo a los jardines de Sabatini donde varia parejas solitarias habitan sus bancos y se dan al vicio de amar. Bajo la cabeza como un extraño que trata de escapar de una situación comprometida y acelero el paso. En mis auriculares empieza a sonar Mikel Izal mientras me dirijo a la calle Mayor buscando el amparo de mi cervecería favorita, entro, busco una mesa solitaria y pido una Guiness. La espera se hace larga mientras me la sirven, pero cuando llega ese momento la tranquilidad de la situación me hace sonreír. Por fin escapo de otro día de trabajo. Saco de la mochila mi cuaderno y cojo el bolígrafo, en la barra la camarera me mira con extrañeza:
En su mirada se lee: “Tipo solitario con un cuaderno en la esquina del bar, típico caso de capullo que se las da de intelectual, después vendrá de gracioso y me pedirá el teléfono…” La miro, la sonrío y ella tuerce el gesto. Aparto la mirada mientras niego con la cabeza y simplemente la ignoro el resto de la tarde. Así comenzó esta historia.
Marta nació un mes de Abril de hace veintitrés años aunque su sonrisa se ajó en mucho menos tiempo.
La menor de tres hermanas a las que su madre mimó en exceso, nunca encontró en casa el calor y el apoyo que le hizo falta. Su padre nunca estaba con ellas, sabía por fotos que era militar aunque debía estar destinado en el extranjero porque jamás pasaba por el piso en que vivían. Pronto fue un auténtico desconocido que enviaba regalos muy de vez en cuando.
Marta siempre pasó de estudiar, más por rebeldía que por falta de aptitud, como demostró el hecho de leer a Lorca cuando sus compañeros todavía rellenaban cuadernillos “Rubio” para aprender a escribir y cuando sus compañeros aprendieron a escribir ella se sabía “Hamlet” de memoria. Se sintió un bicho raro, pues nunca encontró nadie que compartiera sus gustos ni aficiones sobre nada y tuvo que conformarse con crecer soñando con escapar algún día, hasta que ese día llegó.
Cumplió dieciocho y se marchó de casa con lo puesto, cambió de ciudad y probó suerte aquí y allá. Tuvo que malvivir en pensiones de mala muerte y trabajar por las noches en los burguers más grasientos de la ciudad. Trataba de no pensar en nada la mitad del tiempo, aunque es difícil no hacerlo cuando te sientes tan sola que hasta la soledad se asusta de ti.
Pronto empezó a interesar a los hombres, más por su cuerpo que por su intelecto y tuvo que sufrir más de un desengaño. Descubrió lo difícil que es abrirse paso cuando nadie da un duro por ti y sólo esperan que te arrodilles para chuparle la polla a algún mequetrefe de tres al cuarto con más pasta que cerebro. Así siguió creciendo, intentando seguir a pesar de todo.
Hasta que lo vio aparecer por la puerta del local con una mochila al hombro. Pidió una Guiness y se sentó. Sacó su cuaderno y se puso a escribir. ¡A escribir! ¿qué tipo de enfermedad mental tendría aquel tipo? Quizás la misma que ella había sufrido toda su vida, la de la indiferencia.
De repente la miró y sonrió, le pilló tan por sorpresa que torció el gesto. Negó con la cabeza y se dedicó a escribir como si no existiera nadie más en aquel local, no volvió a recibir una mirada suya en toda la tarde. Y se arrepentía, vaya que se arrepentía.
¿Qué estaría escribiendo aquel tipo? Parecía afanarse en crear algún tipo de historia, una historia que quizás fuera interesante o quizás no, pero que de todas formas le gustaría leer. Una hora después aquel chaval cerró el cuaderno, dio el último sorbo a su cerveza y pidió la cuenta. En cuanto pagó se marchó del local sin ni siquiera dirigirle una mirada.
Marta no supo que hacer. La actitud del tío la había dejado rota, casi en estado de shock. Se acercó a la mesa que hasta hacía tan solo dos minutos había estado ocupada y encontró un par de hojas de cuaderno arrancadas con los flecos de papel colgando en los márgenes. Leyó y por primera vez en mucho tiempo esbozó una sonrisa y hasta una lágrima resbaló por sus mejillas.
En ese mismo momento un chico moreno volvía a encender su mp3 mientras cogía el metro en la estación de Ópera. Sólo eran dos historias más que se cruzaban y terminaban en un Madrid con multitud de ventanas. Sólo dos personas más, sólo dos instantes.
En la hoja, la camarera pudo leer:
“Me hubiera encantado que me devolvieras la sonrisa, pero como no lo hiciste, he inventado una historia para cambiar ese final, ahora tengo tu sonrisa grabada y puedo irme a descansar…”
NOTA:Esta entrada fue la primera que escribí en solitario para el blog que comparto con mis grandes amigos y mejores personas Ehse y Favole, Tropiezos&Trapecios. Se publicó por primera vez el 21 de Febrero de 2010 y si queréis leerla en su contexto original pinchad aquí.Abrió la veda de escritura en el Gran Café Madrid, de la misma ciudad, y ahora, casi todos los jueves, se me puede ver por allí deambulando con mi libreta después del trabajo.
Esta tarde iré a ese bar, a ver si me encuentro con ese hombre de la libreta verde. Sé que es Martes, pero si he sido capaz de vivir en septiembre muchos noviembres, ¿no seré capaz de soñar hoy en muchos jueves?
ResponderEliminarTe invito a una Guiness, yo me tomaré agua con limón ;)
Me es imposible descibrar esa fragilidad que tienes al componer letras, y hacerlas que bailen con tanta sensualidad, e intriga. Y respeto.
Una vez más, me ha encantado.
Un abrazo de esos que hacen volar.
Pues no descartes que algún jueves de algún mes de algún año me pase a hacerte una visita...
ResponderEliminarUn abrazo, óscar.
Rompes en pedazos el silencio estúpido de los tópicos que acechan tras cada mesa, tras cada rincón. Con la fuerza que da la determinación cuando se une a la inspiración tu libreta sobrevuela libre por los momentos de Madrid, y saboreamos, con el añejo aroma del Gran Café, bellos relato en jueves rojos.
ResponderEliminar¡Chin chin camarada, un abrazo!
jo...q bonito! y qué genial rescatar este tipo de cosas. Mi enhorabuena por haber dejado ese rastro de fabulosas entradas tras esta primera =)
ResponderEliminarsiempre hay que devolver una sonrisa. nunca se sabe.
ResponderEliminarme gustó!
Marta, como la primera vez que leyó este escrito, está esperando volverte a ver aparecer por el Gran Café de Madrid, está deseando que, entre risas (eso seguro),le enseñes ese local y aún muchos rincones más por los que te pierdes con tus Guiness en mano.
ResponderEliminarQue sepas que no puedo dejar de pensar que, pese a todo, esta marca de cerveza es algo más que una coincidencia entre tus escritos y tú... :)
Ya sabes que este relato(además de por el nombre, que me sigue pareciéndo fabuloso para un personaje XD) me toca muy de cerca, así lo siento, y no me lo puedo callar XD!
En cierta manera, porque entiendo y empatizo a nivel personal con ciertas descripciones que haces...y es que parece que a veces te cuelas por los recodos del alma ajena niño, apenas sin darte cuenta...ahí está la Magia :)
Es cierto que este escrito abrió la veda de nuestro peculiar Circo, ese del que se me llena la boca hablando cada vez que alguien me pregunta de qué me siento orgullosa en mi vida :) Está claro: de formar parte de Tropiezos y Trapecios, y de teneros como compañeros, si me dieran a escoger...no eligiría jamás a otros :) Soys grandes.
Un abrazo inmenso!!!
Lobo Estepario XD!!!
Me gusta la descripción, me imagino el recorrido, muchos paseos, caminar para llegar al destino y sobre todo algunas coincidencias.
ResponderEliminarCiertos días, por no decir casi todos, me siento para tomar un café o una cerveza, saco la libreta y el lápiz, miro, contemplo, escribo, anoto o simplemente invento historias según el lugar en el que me encuentre, personas diferentes, variopintas, en definitiva la observación, incluso leer esa primera entrada, que por curiosidad coincide con mi cumpleaños, se podría convertir en otra historia, en definitiva cualquier lugar es bueno, pero son las personas quienes lo hacen especial.
Un fuerte abrazo, gracias por la visita.
Que belleza de texto, decir que me encanto es quedarme demasiado corta...
ResponderEliminarEs impresionante como la vida y nuestros corazones van uniendose con un filo hilo con cada una de las personas con las que se encuentra y como cada hilo tiene un grosor, una resistencia y un color...