Cargo en el centro de mi
pecho un agujero que lleva tu nombre. Una herida del tamaño de un
volcán que a veces por las noches entra en erupción. Y me grita. Y
me quema. Trato de calmarla, de acariciar los fantasmas que vienen a
verme, que no tienen clemencia y me aprietan hasta dejarme sin
aliento.
Sigo jugando cada día con las letras pensando que así calmaré la presión de mi cabeza, y canto canciones desafinadas y tristes, y escribo poemas. He dejado de lado las historias porque al final siempre aparecías en ellas y no podía soportarlo. No podía aguantar verte en cada línea sabiendo que en el pasado puse un punto y final abrupto pensando que así se acallaría el choque de trenes que por aquel entonces era mi cabeza. No supe hacerlo de otra forma. Y ocurrió el desastre.
Desde ese momento empecé a vagar sin rumbo. A olvidarte en cada copa. Traté de repetirme tantas veces que no te echaba de menos que me resultaba tan cómico como triste mi intento de autoengaño. Pero no podía volver atrás, no podía, porque corría y corría como un loco al que han desterrado de un jardín lleno de flores y quiere fundirse con el viento para que no duela tanto el dolor de saberse lejos.
Ni siquiera hablo de ti,
porque temo que si te saco de mi pecho se me olvidará el olor de tu
perfume, así que vives en mis ojos con forma de destello de tristeza
y eres una herida que no cicatriza y que sangra cada día. Cómo
explicar que abro los grifos de la ducha al máximo de presión y
dejo que el agua golpee mi cabeza para ver si así se me calma el
vacío. Pero toda presión es poca y no se calma. No se apaga. No
deja de doler.
Y ahora que soy
consciente de que nos rompimos el corazón y la vida pasa una cruel
factura, llevo nuestro dolor tatuado en la espalda y lo siento, lo
siento tanto que cualquier palabra que escriba será poca.
Me queda el consuelo de
saber, que la caída, aunque nos rompió varias costillas, nos hizo
coger un impulso tan grande que parecimos pájaros ascendiendo como
locos hacia el azul.
Aunque ahora no sepa
manejar estas alas y lamente no poder prestártelas por si te
hicieran falta.
Nunca cerré la ventana.
Por si venías a buscarme. Por si yo fuera a buscarte...
Seguro que esas alas son las que ahora te están llevando a tí y a Pasaporte por toda España y parte del extranjero!
ResponderEliminarLo bonito de ver el lado bueno de las cosas! :)
Una desesperación tremenda, a veces hace falta más que unos chorros de agua a toda presión para que se evada del cuerpo.
ResponderEliminarBuen texto.
Ayyy, por dios, que terrible! hermoso! profundo!
ResponderEliminarMe encantó y me dolió. Y me duele.
"Nunca cerré la ventana. Por si venías a buscarme. Por si yo fuera a buscarte..."
Un abrazo Óscar!
Un escrito que duele, no te imaginas cómo me habría tocado en otra época de mi vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
Desde luego muy profundo...Y desgarrador...
ResponderEliminarAbrazo!
Muy hermoso, Oski, con toda la intensidad que se siente cuando te rompen el corazón o se lo rompes a alguien que un día te importó y quizá amaste a tu manera, o te amó a su manera.
ResponderEliminarCon un bello final... aunque en el amor perdido no hay retornos que vuelvan a la emoción del principio, quizá dejamos abierta la ventana a la esperanza de que un día ya no duela.
Muchos besos, poeta.