Tú no lo sabes, pero cuando estoy
roto por dentro me acerco a un aeródromo que hay cerca de mi casa y veo
aterrizar aviones. Puedo pasarme horas observando sus aproximaciones a pista,
como van descendiendo poco a poco hasta tocar tierra. Es algo que me relaja
mucho, durante ese tiempo puedo evadirme del amasijo de hierros que es mi
cabeza y ser viento.
Supongo que se me ha ido de las
manos todo eso de volar y ser pájaro. Toda esa parafernalia de las alas con que
me empeño en maquillar todos mis poemas. Hasta hace bien poco me asaltaba cada
noche un sueño recurrente en el que volaba por la ciudad pero no era capaz de
controlar mi vuelo, como una especie de superhéroe torpe y absurdo que ha
descubierto un poder que le viene extremadamente grande. Ahora ese sueño no me
viene y puede sonar ridículo pero estoy triste por ello, porque aunque fuera de
aquella manera, podía volar. En ocasiones me siento un niño de ojos grandes que
se queda embobado mirando el cielo, que alucina con la posibilidad de surcar
ráfagas, que quiere ser paloma pero también globo, lo mismo zepelín que halcón
y no llega ni a brisa.
Quién sabe. Existe la posibilidad
de que todo esto sólo sea un reflejo inequívoco de cómo siento que manejo mi
vida. De los rumbos que no he controlado, de las decisiones que me han llevado
a no despegar por miedo al aterrizaje forzoso. Al golpe contra el suelo. Es
cierto que siempre que he volado, he llorado de la emoción porque estaba
volando y después me he estrellado porque no tenía ni idea de cómo mantenerme
en vuelo.
Trato de hacer memoria buscando
respuestas, busco el hilo de mi cicatriz primigenia, el porqué de esta tristeza
de mantenerme en tierra. Los porqués del miedo a dejarme llevar. Pero es
cansado. Triste y cansado. Porque cuanto más me adentro en las profundidades
abisales de mi nostalgia más cuenta me doy de lo lejos que estoy de encontrar
un manual de instrucciones para el vuelo que tal vez ni siquiera exista.
Ojalá alguien pueda explicarme lo
siguiente: ¿Por qué me sentía tan arriba estando a su lado aunque jamás haya
levantado más de 1,75 metros sobre el suelo? ¿Por qué ahora ya nada me parece
tan azul como antes? ¿Por qué ya ni siquiera sueño que vuelo? ¿Por qué huyo de
los pájaros y les bajo la persiana para no verlos? Me irrita pensar que tal vez
estoy perdiendo parte de esa locura que siempre me ha caracterizado y que esta
nueva cordura de estar solo, comienza a sumirme en una tremenda normalidad que
odio y contra la que lanzo piedras.
Y así comienza un nuevo capítulo
en mi vida. Viendo aterrizar aviones. Sintiéndome roto por dentro y
preguntándome una y otra vez si no estaré volviendo a las andadas y dejando que
el fantasma de la lástima se quede a dormir.
Y yo que creo que todos volamos a diario... de una u otra forma, más alegres o más tristes, como pájaros o como aviones... y es bueno volar, aunque sea torpemente. Si te paras estás perdido.
ResponderEliminarUn besote!
¿Por qué me sentía tan arriba estando a su lado aunque jamás haya levantado más de 1,68 metros sobre el suelo? ¿Por qué ahora ya nada me parece tan azul ni tan verde como antes? ¿Por qué ya ni siquiera sueño que vuelo? ¿Por qué huyo de los pájaros y les bajo la persiana para no verlos?
ResponderEliminarMe has hecho llorar. Cuando te leo tengo la sensación de haberte escuchado antes. A veces es, literalmente así; y otras, tus palabras salen de dentro de mí también.
A lo mejor después de ver aterrizar mil aviones, eres capaz de saltar y subirte a uno!
Un abrazo, búho.
Ay Oski, no escribas estas cosas tan tristes por favor, que luego me preocupo. Y la parafernalia de los pájaros es parte de tu esencia, así que no te permito que te libres de ella. Ea.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, pajarin.
(Por cierto, me terminé el libro de tu amigo en un día, más o menos <3)
Sigue volando y sobre todo sigue permitiéndote volar. Y no dejes que ese fantasma se quede ahí. Es verdad y no entiendo muy bien porqué dejamos que se instale en nosotros de tal forma que se vuelva parte de nuestra rutina, y una vez que eso pasa estamos perdidos.
ResponderEliminarA los fantasmas no les gusta volar, les da pánico, se sienten inseguros. Piensa que cuando vuelas no estás pendiente de ellos.
No sé, yo lo veo así, yo que vivo en la tristeza infinita no sé qué hago dándote consejo o lo que quiera que sea esto.
Y otra cosa, estar solo es bueno. Sólo hay que saber disfrutarlo.
Sigue viendo aviones aterrizar y piensa que el día menos pensando estarás dentro sintiéndote libre, una vez más.
Nadie te lo puede explicar. Pero tampoco hace falta. Hasta el siguiente vuelo.
ResponderEliminarLo mejor que tienes es que te lo preguntas, que eres consciente y ¿Sabes qué? nunca te tuve como alguien conformista, pues sino sólo echa también una mirada a tu alrededor y te encontrarás con todo eso que has conseguido y tienes sin ser tuyo pero por ser tú están ahí por y para ti.
ResponderEliminarEstoy segura que en uno de esos aterrizajes que veas sin pensar y solo disfrutando de todas esas bienvenidas que conllevan y valientes adioses puedan llevar en él te darás cuenta que puede que no vueles por encima del big ben pero has hecho volar y tus pies no están anclados al suelo.