Ella me contó que tan sólo
buscaba un poco de luz. Que huía de los agujeros negros que la sumían en una
terrible tristeza vital y de las personas que emanaban oscuridad. Tal vez en
otro tiempo se hubiera erigido salvadora de causas perdidas, pero ya no, ahora
que la grieta empezaba a mirarla a los ojos, necesitaba salvarse a sí misma y
para ello, lo mejor era no adentrarse en aguas turbulentas.
La jugada le salió como el culo,
porque la flota de mi tristeza ganaba por cinco submarinos a todos los
portaviones que anteriormente habían conseguido dejarla en bragas. Y aun así,
sabiendo que yo era una causa tan perdida como imposible. Se quedó a mi lado.
Bebía vino como si lo fueran a
prohibir y nunca se emborrachaba. O tal vez era que yo bebía cerveza al mismo
ritmo y siempre iba tan borracho que nunca me daba cuenta del tambaleo de sus
pasos. Desde el primer momento me advirtió que si me atrevía a besarla, a
cambio, ella me cortaría los huevos. Así que deseché de mi cabeza la idea de
juntar mis labios con los suyos y pasé a un plan mucho mejor: adentrarme en los
recovecos de su mente.
Iba a más conciertos de los que
un bolsillo mileurista puede permitirse, supongo que porque la música le traía
la calma que la vida le negaba y se acostaba cada día cerca de las dos, aunque
al día siguiente madrugara. Trataba de arrastrarme con ella a todo y he de
reconocer que en ocasiones lo conseguía, aunque no me interesase lo más mínimo
el concierto y solo fuera por estar un rato a su lado. No tenía mucha noción
del tiempo ni sabía lo que era un calendario.
Nunca supe que extraña paz
encontraba en mi mirada. Pero debía encontrar alguna porque le cambiaba la cara
y alguna de sus arrugas de batalla desaparecía, para dejar paso a una luz
profunda que me transmitía a través de su sonrisa. Aunque luego nunca me
hiciera mucho caso y se pasara la noche hablando con otros, momento en que yo
aprovechaba para sumirme en conversaciones sin sentido conmigo mismo o con
cualquier otro borracho que encontrara en el bar.
Odiaba las despedidas, o eso
creo, porque casi siempre salía corriendo antes de marcharse y ni siquiera daba
dos besos o decía adiós. Y si la pillabas por banda y te despedías parecía
enfadarse por no haber estado más hábil en su huida.
Me hablaba de alma y corazón. De dejarse
la piel en lo que uno hace. De sonreír pese a las catástrofes que nos rodean.
Era especialista en escaparse para encontrarse consigo misma y nunca daba
explicaciones de por qué sí o por qué no. Lo que hacía no admitía
cuestionamiento alguno. Costaba seguirle el ritmo. Aunque ella tampoco llegaba
nunca a alcanzar el mío.
Un día me preguntó lo que sabía
de ella y creo que conseguí desnudarla más que ninguno de los hombres que
habían pasado por su cama. Y tuvo sus consecuencias. Estuvo dos semanas sin dirigirme
la palabra y, cuando volvió a hablarme, me soltó una auténtica tesis de lo que
yo era y dejaba de ser que me dejó sin aliento y sin palabras. Creo que fue ahí
cuando conectamos más que nunca. Por fin alguien la veía. Por fin alguien me
veía.
Si hubiésemos creído en los
cuentos, en ese momento nos hubiéramos ido a casa a hacer el amor como
salvajes. Pero como ninguno de los dos creía en historias manidas de amor
precocinado, todo siguió como siempre. Viéndonos, sí, pero desde lejos y
mirándonos de reojo y casi con recelo. Pero qué hermoso era acostarse por la
noche y saber que alguien te había visto sin rozarte.
En el final de esta historia hubo
un aeropuerto y ninguna despedida. Pero quiero pensar que mientras su avión
ascendía ella sonreía.
Como sonrío yo ahora al
recordarla y al leer la nota que me dejó: “Tienes la tristeza más bonita que me
han dejado conocer nunca.”
Shoulder the wheat by Lauren
Escribes tan bonito que muchas veces no te puedo decir nada más. Así que eso.
ResponderEliminarHay tristezas que se muerden entre ellas, que se amoldan o lo intentan, que tratan de absorberse una a otra para agrandar su leyenda...y otras chocan entre sí como en un juego de pinball, saliendo despedidas cada vez que se rozan, sin lograr aproximarse más que un momento...de esos choques siempre surgen destellos auténticos entre los golpes que te quieres convencer son sólo de chapa...y al final, sin previo aviso, acaba la partida.
ResponderEliminarMe encanta, me encanta leerte.
ResponderEliminarMe quedo con la última frase...
Es precioso. A mí tampoco me gustan las despedidas pero ya lo dice Sabina, "que hasta los huesos solo calan los besos que no has dado".
ResponderEliminarMuchas gracias por ser mi fiel seguidor y seguir comentando.
Sigue escribiendo preciosidades.
Acabo de encontrarte y me encanta tu forma de escribir.
ResponderEliminarPlasmar ciertos sentimientos con palabras tiene mucho mérito. Incluso en algún momento me has recordado a mi querido Bukowski.
Me quedo por aquí. (Sobretodo porque tienes esa 'tristeza' que para mí, siempre será una virtud)