13 de diciembre de 2015

Ver(te) sin rozar(te)

Ella me contó que tan sólo buscaba un poco de luz. Que huía de los agujeros negros que la sumían en una terrible tristeza vital y de las personas que emanaban oscuridad. Tal vez en otro tiempo se hubiera erigido salvadora de causas perdidas, pero ya no, ahora que la grieta empezaba a mirarla a los ojos, necesitaba salvarse a sí misma y para ello, lo mejor era no adentrarse en aguas turbulentas.

La jugada le salió como el culo, porque la flota de mi tristeza ganaba por cinco submarinos a todos los portaviones que anteriormente habían conseguido dejarla en bragas. Y aun así, sabiendo que yo era una causa tan perdida como imposible. Se quedó a mi lado.

Bebía vino como si lo fueran a prohibir y nunca se emborrachaba. O tal vez era que yo bebía cerveza al mismo ritmo y siempre iba tan borracho que nunca me daba cuenta del tambaleo de sus pasos. Desde el primer momento me advirtió que si me atrevía a besarla, a cambio, ella me cortaría los huevos. Así que deseché de mi cabeza la idea de juntar mis labios con los suyos y pasé a un plan mucho mejor: adentrarme en los recovecos de su mente.

Iba a más conciertos de los que un bolsillo mileurista puede permitirse, supongo que porque la música le traía la calma que la vida le negaba y se acostaba cada día cerca de las dos, aunque al día siguiente madrugara. Trataba de arrastrarme con ella a todo y he de reconocer que en ocasiones lo conseguía, aunque no me interesase lo más mínimo el concierto y solo fuera por estar un rato a su lado. No tenía mucha noción del tiempo ni sabía lo que era un calendario.

Nunca supe que extraña paz encontraba en mi mirada. Pero debía encontrar alguna porque le cambiaba la cara y alguna de sus arrugas de batalla desaparecía, para dejar paso a una luz profunda que me transmitía a través de su sonrisa. Aunque luego nunca me hiciera mucho caso y se pasara la noche hablando con otros, momento en que yo aprovechaba para sumirme en conversaciones sin sentido conmigo mismo o con cualquier otro borracho que encontrara en el bar.

Odiaba las despedidas, o eso creo, porque casi siempre salía corriendo antes de marcharse y ni siquiera daba dos besos o decía adiós. Y si la pillabas por banda y te despedías parecía enfadarse por no haber estado más hábil en su huida.

Me hablaba de alma y corazón. De dejarse la piel en lo que uno hace. De sonreír pese a las catástrofes que nos rodean. Era especialista en escaparse para encontrarse consigo misma y nunca daba explicaciones de por qué sí o por qué no. Lo que hacía no admitía cuestionamiento alguno. Costaba seguirle el ritmo. Aunque ella tampoco llegaba nunca a alcanzar el mío.

Un día me preguntó lo que sabía de ella y creo que conseguí desnudarla más que ninguno de los hombres que habían pasado por su cama. Y tuvo sus consecuencias. Estuvo dos semanas sin dirigirme la palabra y, cuando volvió a hablarme, me soltó una auténtica tesis de lo que yo era y dejaba de ser que me dejó sin aliento y sin palabras. Creo que fue ahí cuando conectamos más que nunca. Por fin alguien la veía. Por fin alguien me veía.

Si hubiésemos creído en los cuentos, en ese momento nos hubiéramos ido a casa a hacer el amor como salvajes. Pero como ninguno de los dos creía en historias manidas de amor precocinado, todo siguió como siempre. Viéndonos, sí, pero desde lejos y mirándonos de reojo y casi con recelo. Pero qué hermoso era acostarse por la noche y saber que alguien te había visto sin rozarte.

En el final de esta historia hubo un aeropuerto y ninguna despedida. Pero quiero pensar que mientras su avión ascendía ella sonreía.

Como sonrío yo ahora al recordarla y al leer la nota que me dejó: “Tienes la tristeza más bonita que me han dejado conocer nunca.”

Shoulder the wheat by Lauren

5 Comentarios:

  1. Escribes tan bonito que muchas veces no te puedo decir nada más. Así que eso.

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  2. Hay tristezas que se muerden entre ellas, que se amoldan o lo intentan, que tratan de absorberse una a otra para agrandar su leyenda...y otras chocan entre sí como en un juego de pinball, saliendo despedidas cada vez que se rozan, sin lograr aproximarse más que un momento...de esos choques siempre surgen destellos auténticos entre los golpes que te quieres convencer son sólo de chapa...y al final, sin previo aviso, acaba la partida.

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  3. Me encanta, me encanta leerte.
    Me quedo con la última frase...

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  4. Es precioso. A mí tampoco me gustan las despedidas pero ya lo dice Sabina, "que hasta los huesos solo calan los besos que no has dado".

    Muchas gracias por ser mi fiel seguidor y seguir comentando.

    Sigue escribiendo preciosidades.

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  5. Acabo de encontrarte y me encanta tu forma de escribir.
    Plasmar ciertos sentimientos con palabras tiene mucho mérito. Incluso en algún momento me has recordado a mi querido Bukowski.

    Me quedo por aquí. (Sobretodo porque tienes esa 'tristeza' que para mí, siempre será una virtud)

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