Se fue...como las gaviotas a morir

Nunca he sabido hacer el equipaje quizás porque siempre he tenido un miedo atroz a las despedidas. Todo sucedió desde que mi madre murió hará exactamente hoy 2 años y con ella se fueron muchas ilusiones, muchos sueños y por supuesto todas mis ganas de querer.

Aún la recuerdo por las noches cuando venía a darme el beso de buenas noches de rigor, la recuerdo por las mañanas cuando despierto y no puedo oler aquel café que con tanto cariño preparaba. Un olor que empezaba en mis sueños y que terminaba sobre la mesa.

Nunca fui un tipo optimista, siempre solía ver el lado negro de las situaciones, siempre me ponía en lo peor, nunca veía el lado bueno de nada, nunca. Mi madre me ayudaba a creer que todavía existían luces al otro lado del laberinto, de que siempre existen salidas cuando estás perdido y de que cuando el barco de la vida está a punto de naufragar siempre queda una esperanza en forma de tabla a la que poder aferrarse.
Y poco a poco fui creciendo, sin hermanos, sin un padre que nos abandonó cuando yo aún no tenía uso de memoria, poco a poco vi como mi madre, a pesar de los golpes que la vida le daba, lograba sonreir y hacerme sonreir a mi.

Pasé una infancia muy feliz, crecí junto a mi madre y nunca sentí que me faltaba nada, tenía todo el cariño que podía desear, tenía comida caliente en el plato y un techo bajo el que vivir, me sentía como en un cuento de hadas, un cuento que empezó a deteriorarse cuando mi madre enfermó.

Le descubrieron un tumor justo el día que cumplí 18 años y desde entonces no pudo levantarse más de la cama, no volvió a sonreir, nunca volvió a ser la de antes, pasaba los días sudando y las noches tosiendo, yo me sentaba junto a ella durante horas y empezaba a contarle lo que había acontecido en mi día, mis amores, mis utopías, mis sueños...ella apenas podía contestarme, no tenía fuerzas para hablar, pero el brillo de sus ojos me bastaba para sonreír, un brillo que todavía hoy llevo grabado en mis retinas.

Dicen que las gaviotas cuando presienten que el final de sus días se acerca, emprenden el vuelo durante cientos de kilómetros mar adentro para después posarse suavemente sobre el agua y dejarse mecer por las olas mientras esperan que el ciclo de su vida se complete. Mi madre siempre me había contado esta historia y me había dicho que en cierto modo las envidiaba, que ella quería volar hasta los corazones de todos aquellos que la importaban para después dejarse morir mientras nadaba en el ácido de nuestras vidas.

6 meses después de que su tumor fuera diagnósticado, mi madre falleció en una mañana lluviosa y gris en la que el Sol no brillaba. Cuando exhalaba su último suspiro me hizo participe de su último deseo, viaja y encuentra a tu padre, dile que lo quiero, que nunca quise que se marchara y que le perdono todos estos años de ausencia.

Y así me dejó llorando, con su última voluntad grabada en mi memoria y con una maleta que nunca supe bien de que llenar. Cogeré el próximo tren con un destino incierto, cumpliré su última voluntad me convertiré en gaviota y volaré mar adentro pero hoy sólo tengo un único deseo, que por favor, mi madre, no se haya ido lejos.

Nota: Este relato es parte de mi participación como miembro de "El cuentacuentos".