Donde nace la balada

Las palabras no significan nada, no son importantes, lo que marca son tus actos, y la coherencia de estos con tus palabras.

Intentaba creerse la frase mientras recordaba aquel sordo "ya no te quiero" con el que habían culminado más de cuatro años de relación.

-Dice que ya no me quiere pero sus actos demuestran lo contrario, sino ¿a qué viene que cada noche me siga llamando? ¿por qué intenta interesarse por cómo me encuentro?. Jodido, sí. Esa es la única respuesta.

Intentaba no pensar demasiado porque pensar era un círculo vicioso en su vida. Una cosa llevaba a la otra y al final terminaba hecho un mar de dudas. Sacó su libreta del cajón y empezó a dibujar algo parecido a un caballo, sobre el que ya empezaba a perfilar los rasgos de un caballero medieval.

-Eltharion, sí, ese es mi personaje, en el que me reconozco, en el que por un momento dejo el mundanal ruido de esta ciudad y soy capaz de asomarme al abismo de los sueños.

Las palabras no significan nada, no son importantes, lo que marca son tus actos, y la coherencia de estos con tus palabras.

Pensaba en esa frase mientras acostada escuchaba aquella canción "como decirte que mi boca sin tu boca es sólo una paloma muerta un condenado al paredón, que la vida es mirarse no unos párpados con plomo y que el amor es un hijo loco que hoy regresó". No pudo evitar derramar algunas lágrimas. Le había dicho que ya no lo quería, que ya no era feliz a su lado y que era hora de emprender camino separados, pero no era verdad, todavía lo quería, todavía le seguía preocupando demasiado que se encontrara mal, que no encontrara fuerzas para sonreír. No lo aguantaba pero lo amaba y eso acababa por desconcertarla del todo.

Encendió su ordenador pórtatil, abrió un archivo de texto y comenzó a escribir sobre una joven hechicera a la que el destino quiso encaminar un día hacia una extraña torre blanca. Una torre que guardaba grandes secretos y que custodiaba un extraño caballero.

-Sayuri, sí, ese es mi personaje. Con ella me siento identificada, con ella el tiempo no existe, con ella puedo abrir mi mente y ser todo lo que esta vida me impide.

Años antes ella le hizo jurar que terminaría de escribir aquella novela épica que un día comenzó y a la que tituló la "Balada del lago". Le hizo jurar que nunca dejaría de soñar ni de escribir y que cuando se sintiera roto, desolado o amargado escribiera una historia más en la que el caballero y la hechicera volvieran a encontrarse. Sellaron su pacto con un beso y un abrazo y pasó el tiempo.

Cada noche en la que sentía que el mundo corría a una velocidad de vértigo y él no podía seguirle escribía una historia más para la novela y todo parecía tomar otro color.

Cada vez que ella tenía un día realmente nefasto leía una de las nuevas historias que su novio había escrito y sentía como si la vida volviera de golpe a su corazón.

Pero la vida a veces tiene un sentido del humor muy extraño y ponía demasiadas trabas, demasiadas zancadillas, demasiados obstáculos que juntos poco a poco iban superando no sin dificultad. Pero el camino cada vez era más tortuoso, más díficil, lo que al principio era un suelo firme sobre el que poder correr terminó por convertirse en barro sobre el que andar era todo un suplicio y poco a poco su historia juntos empezó a deteriorarse hasta que un día todo terminó.

La novela no estaba terminada, no podía terminar porque si seguían juntos Sayuri y Eltharion no podrían dejar de vivir aventuras, de combatir el mal y de afanarse para que los secretos de la torre blanca jamás fueran desvelados. Pero ahora el caballero había perdido su espada y la magia de Sayuri ya no era tan efectiva como antaño.

Él terminó de dibujar en su libreta. Eltharion y Sayuri iban montados juntos en un hermoso caballo blanco, ella recostaba la cabeza contra la espalda del caballero y éste sonreía.
Ella terminó de escribir en su ordenador. Sayuri había besado a Eltharion y como todos los buenos cuentos, comieron perdices y fueron felices.

Ambos lloraron. Ambos rezaron porque todo cambiara y en la lejanía de sus sueños Eltharion recuperó su espada y Sayuri su magia.

En la ciudad sin embargo llovía como nunca, no importó, los dos salieron empapándose hasta calar sus huesos y se fundieron en un beso como hacía años no disfrutaban. Él llevaba debajo del brazo un grueso volumen en cuyo lomo podía leerse "La balada del lago". Ella lo cogió, volvió a besarlo con dulzura y ambos se dieron la vuelta y empezaron a andar cada uno en una dirección.

Sabían mientras se alejaban que quizás sus caminos jamás volverían a juntarse pero tenían la certeza de que en sus sueños el noble caballero y la joven hechicera seguirían luchando para que de la torre blanca jamás se descubrieran sus secretos.

NOTA: Éste relato forma parte de mi participación como miembro de "El cuentacuentos". Se encuentra bajo una licencia © Creative Commons.