El acantilado

Tan sólo se escuchaba el zumbido del viento. Algunas gaviotas planeaban, manteniendo acompasadamente el vuelo mientras las corrientes de aire las zarandeaban a izquierda y derecha y las elevaban y hacían descender con una lentitud parsimoniosa.

Rompían las olas contra el acantilado, dejando una estela blanca de espuma a su paso que después volvía a ser engullida por otra ola. A lo lejos podían observarse barcos mercantes humeantes que quizás intentaban volver a puerto antes de que el temporal los sorprendiese en alta mar.

Junto al acantilado una chica de ojos tristes se encontraba ensimismada en el interior de un coche. Movía la cabeza alternativamente a la vez que con los dedos daba golpecitos sobre el volante al ritmo de la música: “…aves de paso…como pañuelos cura fracasos”.

Miró al cielo, varias nubes taparon los pocos rayos del sol que hasta hace un momento alumbraban la escena. Apagó la música, descendió del vehículo y se quitó las zapatillas. Las lanzó a un lado y comenzó a caminar hasta el borde del acantilado.
Mientras recorría los escasos ocho metros que la separaban del borde su cabeza daba vueltas y más vueltas, se sentía confusa, extraña, vacía. Sentía que debía arrepentirse por algo que nunca había sucedido. Siguió caminando sin detenerse y por fin llegó al borde. Extendió los brazos sintiendo la fuerza del viento, su pelo ondeaba al viento como una bandera y cerró los ojos. Por una vez consiguió sentirse libre, venían a su mente letras de canciones, versos de poemas robados, anécdotas vividas, sueños e ilusiones todavía por vivir.

Abrió los ojos y bajó los brazos. Observó sorprendida la distancia que la separaba del agua, y se quedó pensando mientras veía como morían las olas una detrás de otra. El olor a salitre llenaba sus pulmones y parecía que las distancias con lo que tanto ansiaba parecían acortarse. Se sentó en el borde dejando que sus piernas colgaran en el vacío y clavó su mirada en el cielo.

¿A qué temía? ¿De qué huía? ¿Qué estaba buscando?

Se puso otra vez en pie y extendió de nuevos los brazos, retrocedió vacilante paso a paso hasta que se hubo alejado bastante. Después empezó a correr con todas sus ganas. A dos metros del borde frenó de golpe y dejó que sus pies desnudos resbalaran sobre la tierra. Volvió a quedarse respirando agitadamente justo donde empezaba el vacío. Cogió una piedra y la lanzó intentando observar como se estrellaba contra el agua pero las olas la hicieron desaparecer y no supo donde había caído.

¿Tardaría en caer tanto como la piedra? ¿Sería su caída tan limpia? ¿Desaparecería en la espuma sin dejar rastro? ¿Habría sirenas allá abajo?

Consiguió, no sin un elevado esfuerzo, deshacerse de sus pensamientos. Evocó una imagen mental y sintió un revoloteo de mariposas en el estómago. Abrió sus brazos, cerro los ojos y dejó que el peso de su cuerpo empezará a perder la verticalidad...

De golpe un sonido ensordecedor la despertó, eran las seis de la mañana y un nuevo día acababa de empezar. Apagó el despertador y bostezó. Por primera vez que nosotros sepamos esbozó una sonrisa. Se alegraba de que todo hubiera sido un sueño, aún quedaban muchas cosas por hacer.

A Enheduana que fue rescatada por Aegir cuando se lanzó al acantilado de los sueños.

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