Ya no sirvo para esto.
Una entrada a la semana, ¡pero qué disparate!, si al final todas
acaban diciendo lo mismo: que te echo de menos pero que no me acuerdo
tanto cuando estoy con otras. Qué contradicción. Viva el hombre
sincero, vivan mis ganas de dejarte claro que no eres tú la que me
hace escribir cada línea, la que me lleva a subirme a cada
escenario, viva esta derrota interna que quiero convertir en toda
costa a victoria.
Al final obtengo lo de
siempre. Silencio. El más puro y atroz de los silencios. He
aprendido a escuchar su música, a navegar por la quietud y mira qué
curioso, me atrona más que nunca. Me grita una y otra vez que no,
que ni siquiera piensas un segundo en mi forma de pensarte.
Y qué putada. Qué
grandísima putada quererte tanto. Pensar que estarás retozando con
otros mientras yo retozo con otras y el mundo gira. Pues que gire. Y
que la hipocresía siga engrandeciendo mis libretas y mis líneas
sigan diciendo: no te pienso, pero joder, vete ya de mi cabeza.
No si al final voy a ser
sincero y todo. Voy a escupir lo que llevo dentro para que ni
siquiera te pares un segundo a leerlo, para que este blog se siga
tiñendo del dibujo de la espalda que no acaricio y del tacto de una
piel que ni siquiera sé a lo que sabe. Estoy por cambiarle el nombre
y todo, llamarlo por ejemplo “yo te quiero y tú pasas de mí” o
“ven aquí que yo te espero”, nombres mucho menos poéticos que
mi utopía pero tristemente más certeros.
Hasta has conseguido
desahuciar la palabra “pájaro” de lo que escribo, incluso la
palabra “viento” y eso son palabras mayores, tanto que ya no sé
si tiene sentido seguir juntando letras. No escribo nada bueno desde
que terminé aquello que hablaba de nosotros. De un nosotros anémico
y con caries, pero un nosotros que me hacía tener esperanza de que
volver a sentir era posible.
Y ya ves. Ahora camino
sin rumbo. Estrellándome noche sí y noche también. Y deseando con
todas mis fuerzas que por una vez leas esto y algo se te revuelva
dentro.
Aunque no sé si eso me
sirve de consuelo.
No es una entrada alegre, sino todo lo contrario... pero me ha encantado. No hay mejor forma de sacar fuera lo que uno siente que escribiendo.
ResponderEliminarBesos!
Grande.
ResponderEliminarUn consuelo a medianoche que no consuela, porque el poeta trata de ponerse cínico y lo que quiere es echarse a llorar con desconsuelo manoseando un recuerdo que un día se caerá de sus manos y ya no será mágico ni especial sino sólo algo roto e inservible que acabará tirando a la basura, quizá con algo de nostalgia y una sonrisa.
ResponderEliminarMe sigue gustando como escribes, Oski
Un beso,
Ay, "a medianoche", ahora lo entiendo, por eso ayer no pude leerte antes de irme a dormir :(
ResponderEliminarPues ella te pierde.
La historia es la que toca... pero las letras son tuyas.
ResponderEliminarUn abrazo!
Es que esto del desamor es terriblemente difícil. Tiene sus etapas por las que hay que pasar irremediablemente, como en un duelo. Pero no te regodees en las imágenes de ella con otro, en ese momento fíjate aunque sea en la lámpara que te alumbra, pero distrae la mente tanto como puedas. Por otro lado, como contrapartida, esa agonía da mucho juego para escribir, y el hacerlo desahoga algo las penas.
ResponderEliminarMira, tal día farà un any... (aquesta és la realitat)
Un abrazo, guapísimo!
Mientras lo leía me ha salido una sonrisa, de esas un tanto amargas. Es palabra por palabra lo que me repite mi cerebro.
ResponderEliminarUn abrazo
Y si no te sirve de consuelo, inténtalo de otro modo...A fin de cuentas debemos seguir caminando encontrando de vez en cuando algún alivio o consuelo.
ResponderEliminarAbrazo enorme!
ResponderEliminar# Y qué putada. Qué grandísima putada quererte tanto
Hasta pronto, my friend.
Maldita sea, siempre existirá esa persona culpable de todas nuestras palabras y para la que, irónicamente, ninguna cobre sentido.
ResponderEliminarPero ojalá algún día lo lea. Incluso cuando sea demasiado tarde.
Besazos