No creerás si te digo que cada vez
que veo un puente lloro. Yo, que antes era capaz de imaginar miles de metáforas
y los veía como un símbolo de unión para salvarnos de las aguas bravas que
corrían por debajo. Ahora me cansan y no les aguanto la mirada. Puede que sea porque
todavía no soy capaz de entender qué sucedió para que se cayera el nuestro,
cómo pudo pasar de ser una maravilla arquitectónica a unas ruinas desastrosas.
Pero así son las cosas y ahora
tengo que lidiar con la tristeza, construirme de nuevo sin planos y seguir
caminando. Es curioso, casi sorprendente, que no pierdo la sonrisa, aunque a
veces la derrota quiera dormir conmigo y te eche de menos más veces de las que
soy capaz de gestionar.
Sé bien que todo sucede por algo.
Pero me agota mucho no encontrar respuestas. Soy demasiado inteligente para
aceptar la vida tal cual o puede que demasiado idiota, pues a veces tratar de
explicar lo inexplicable es la forma más sencilla de volverse loco.
Siento que es necesario
reencontrarse con el equilibrio, aceptar que no somos tan buenos como queremos
creer ni los demás tan malos como nos parece. Que entre el blanco y el negro
hay una escala de grises infinita y que probablemente lo que a mí me sostenía
es lo mismo que a ti te hizo caer. Pero me cuesta aceptarlo. Me cuesta mucho. Y
no creo que exista una manera buena de tomárselo.
Supongo que en algún momento,
entre alguna de las cabriolas y maniobras suicidas que tiendo a ejecutar ahora,
volveré a encontrar una corriente de aire que me sustente, que me permita
respirar profundo e incluso volver a tomar las riendas y retomar un camino que
otra vez se me presenta difuso, borroso y lejano. Ser trapecista se me ha dado
siempre realmente bien, aunque lo que me preocupa es que nunca ha sido por
voluntad propia, pero también pienso que adaptarse a las circunstancias es un
modo de sobrevivir como cualquier otro.
Porque sobrevivir consiste en
encontrar de nuevo algún puente que no se caiga.
si el puente se ha caido da media vuelta y largate. Ya habrá otros caminos.
ResponderEliminarbs
Los puentes se crean y se destruyen, igual que pueden hacerte estar triste o sonreír...
ResponderEliminarMe encanta leerte, un besote!
Y construir nuevos puentes. Y experimentar con todas las formas en las que puedes hacerlo, que son casi infinitas.
ResponderEliminarUn abrazo!
Hay infinitos puentes y hay infinitas sensaciones. Prepárate a cruzarlos todos.
ResponderEliminarComo los buenos vinos, mejoras con los años.
Un besazo
Intensa realidad la de tus palabras
ResponderEliminarque están escritas con romance de nostalgias
Maravillosa la imagen que dio realidad a este texto
saludos para tu arte
Decididamente lo tuyo es la escritura Óscar. Me ha encantado esta metáfora del puente de la vida y ese atisbo de esperanza tras la brutal tempestad.
ResponderEliminarUna delicia de lectura.
Si se cae un puente, vete nadando. O construye otro porque, bueno, todos los caminos conducen a Roma, ¿no? Pero no te quedes mirando las ruinas.
ResponderEliminarGestionar. Es una palabra tan administrativa y a la vez tan psicológica…
ResponderEliminarOtra vez se asoma por entre las letras el pajarín de corazón esperanzado
Me gusta! Cuanto más pájaro seas, menos puentes considerarás imprescindibles y antes podrás empezar a elegir aquellos en los que confías!
(que ya sé que no hablas de pájaros aquí, pero bueno, yo digo lo que me apetece)
El otro día escribí aquí, pero en un momento dado el wifi falló y el comentario no quedó grabado, cuando esto sucede sé que no voy a volver a ser capaz de escribir algo que me deje tan satisfecha como lo que acaba de desvanecerse.
ResponderEliminarHoy vuelvo a intentarlo, a ver que sale.
En noviembre también cayó un puente muy fragil por aquí, era tan endeble que apenas se oyó.
Pero tus palabras le hacen eco "lo que a mi me hacía caer es lo que lo sostenía a él".
Lo malo del trapecio es que nunca podremos dejar de mirar al vacío aunque el vértigo nos maree.
Me ha encantado.
Por supuesto, lo escrito hoy nada tiene que ver con lo de hace cinco días