Volar, volar sin prisa, batiendo lento las alas, sintiendo
el viento despeinarte.
Vivir, vivir deprisa, sentir despacio, saborear cada
victoria.
Llorar las derrotas y brindar las pérdidas, beber y cantar
de madrugada, abrazarte a los árboles y las farolas.
Escuchar el lenguaje secreto de las piedras, la música del
silencio. Bailar descalzo cada noche y enraizarse.
Alimentar el alma con poesía, perderse en acordes y cuellos
ajenos.
Rozar la piel y el corazón. Susurrar palabras no inventadas.
Escribir en el idioma del viento.
Ser brisa y también apero. Trabajar la amistad como el
alfarero trabaja el barro.
Vivir cada segundo, respirar profundo, amanecer tarde y
acostarse temprano.
Coger tu mano y besar tus párpados. Decirte todo lo que me
haces sentir. Dar gracias al universo por los bailes.
Susurrar secretos al agua, dibujar en los espejos. Saltar a
ciegas los límites de los cuerpos.
Amerizar en tu pecho, latir entre tus piernas. Deshojar la
flor sin arrancar los pétalos.
Abrir puertas, cerrar ventanas por si entra el frío.
Tomar aviones, barcos, trenes, autobuses sin un destino
cierto. Viajar a la deriva y sin timón.
Reinventar el norte, rediseñar las brújulas, trazar mapas en
tus calles desiertas.
Flotar como madera de deriva, colonizar playas. No querer
que me encuentren nunca.
Renacer del cero. Que ese sea mi comienzo. Y seguir
cantando, como cantan los pájaros a la mañana.
Encender luz para todas mis sombras. Disipar la niebla.
Y sólo así poder aguantar la mirada a mi reflejo.
Y encontrarme.
Simplemente, encontrarme.
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