Dejé olvidados mis poemas en
algún rincón de este planeta, perdidos entre el ruido atronador de charlatanes
y sabihondos de red social, donde ni yo mismo lograba alcanzarlos. Habían
dejado clavado en mí el recuerdo de sus dedos blancos. Sus retazos de azul y
sabor a sal, su incapacidad de amar más allá de la etiqueta y el me gusta, su
miedo a la muerte, su pavor a las miradas por encima del hombro, a la
indiferencia.
Caminé en dirección contraria y
me alejé, condenando al destierro la emoción y anclándome en la excusa. Dejé de
creer en ellos, en la paz de sus letras, en los pájaros que revoloteaban en
cada una de sus líneas. Y empecé a culpar a la inspiración de todos los
problemas.
La niebla había llegado a ciudad
poesía, lo que antaño fuera un paraíso soleado que de forma tan plácida había
habitado los últimos años, se había convertido en una ciudad en guerra,
destruida por mi ejército de caimanes, asediada y bombardeada por el más
antiguo de mis rechazos. Sin ni siquiera saber en qué momento la guerra se ha
apoderado de tus vísceras te ves inmerso en una batalla que debes librar solo.
Uno no conoce el alcance de la
soledad hasta que se aleja de lo que siempre le ha acompañado, hasta que pierde
de vista la luz del último de sus faros. Y en soledad, caminando entre las
ruinas, cegado por la niebla, al borde la locura y con la ansiedad como única
compañera me veía incapaz de salvar horizontes. Y esta se convierte en la
historia de tu derrota.
Lo bueno del silencio es que
permite escuchar la voz que llevamos dentro. Una voz que cuando sabe el buque
perdido, grita y hace temblar todos y cada uno de tus cimientos. Y esta, aunque
resulte difícil de creer, se convierte en la historia de una victoria.
Esa voz guía construyó de nuevo
las fuentes, las calles, los edificios, las plazas, los bulevares, los parques.
Trajo de vuelta los pájaros y llenó de flores los jardines. Creó los mares y
los ríos, las montañas. Disipó la niebla y volvió y regresó el brillo del sol.
Los viejos poemas no volvieron, pero no hizo falta, nacerán otros nuevos pues
he aprendido que no hace falta poema mientras exista la poesía. Mientras la
canción de la vida no deje de sonar en tus manantiales más profundos.
Porque siempre ha estado ahí
cuando todo falla. Porque nunca se marchó. Porque regresar a la esencia es
acariciar la vida.
Canta tu canción y no dejes que
otros la canten por ti porque sólo tú serás capaz de escucharla y entenderla.
Tu voz es perfecta. Siempre lo ha
sido. Puedes hacerlo. Sabes hacerlo.
Aunque no sepas cómo.
A fin de cuentas no hace falta
entender la música para disfrutarla.
NOTA: Escrito tras mi participación en el taller "El camino del ser creativo y el reencuentro con nuestra esencia" de la escuela ImproVersa. Trabajo necesario y esclarecedor para todo artista que se exponga continuamente al juicio ajeno.
Qué hermoso eres amigo mío
ResponderEliminarGracias Óscar. Me veo reflejada en tus palabras. Me has emocionado.
ResponderEliminarUn placer compartir contigo este fin de semana.
Un abrazo fuerte: Irene
Me encontré en el camino de vuelta con tu blog te felicito -
ResponderEliminarQue el año nuevo te traiga lo que buscas